Estudios Bíblicos en Siguiendo sus Pisadas

La Gracia de Dios

Por Robert Deffinbaugh
Traducido por Juanita Contesse G.

Introducción

Para ilustrar la gracia de Dios, a menudo narro la historia verdadera de mi amigo que compró un Jaguar convertible último modelo, después de regresar como veterano de Viet Nam.  Una mañana temprano, aún usando su uniforme de la armada, se dirigía en su automóvil por una estrecha calle de Oklahoma.  Decidió averiguar cuánta velocidad podría sacarle a su automóvil, por lo que lo aceleró al máximo.  Justo cuando llegó a la cima de una pequeña loma, alcanzó la velocidad máxima.  Y allí, justo en la cima, sin ser visto hasta que ya era demasiado tarde, se encontraba el policía con un radar.  Mi amigo supo de inmediato que todo se había acabado aún cuando le tomó una milla o más poder detener su automóvil y quedó allí sentado esperando que el policía lo alcanzara.

El policía detuvo su auto y lentamente procedió a acercarse a mi amigo quien estaba con su licencia de conducir en la mano.  ‘¿Tiene idea de lo rápido que estaba conduciendo?’, le preguntó.  ‘No exactamente’, le replicó mi amigo un tanto avergonzado.  ‘Ciento sesenta y tres millas por hora’, contestó el policía.  ‘Eso me suena bastante bien’, replicó mi amigo.

Mi amigo no esperaba lo que el policía diría a continuación:  ‘¿Le importaría que le echara una mirada al motor?’, preguntó.  ‘De ninguna manera’, dijo mi amigo.  Más o menos media hora más tarde, los dos hombres terminaron bebiendo café en un negocio cercano, antes que el policía se retirara, ¡sin haberle entregado la papeleta a mi amigo!

Solía decir que si el oficial pagó por el café, eso era gracia.  Pero en realidad, no es el tipo de gracia que nos habla la Biblia.  En respuesta a la solicitud de Moisés de ver la gloria de Dios (Éxodo 33:18), Dios le permitió a Moisés ver una parte de ella:

“Y Jehová descendió de la nube, y estuvo allí con él, proclamando el nombre de Jehová.  Y pasando Jehová por delante de él, proclamó:  ¡Jehová!  ¡Jehová! Fuerte, misericordioso y piadoso; tardo para la ira, y grande en misericordia y verdad; que guarda misericordia a millares, que perdona la iniquidad, la rebelión y el pecado, y que de ningún modo tendrá por inocente al malvado; que visita la iniquidad de los padres sobre los hijos y sobre los hijos de los hijos, hasta la tercera y cuarta generación”  (Éxodo 34:5-7).

La gloria de Dios es vista en parte, por Su gracia.  Él es misericordioso y piadoso (versículo 6). Pero además, Dios no deja sin castigo a los malvados (versículo 7).  La gracia de Dios no pasa por alto al pecado; castiga el pecado pero de una forma que perdona a quienes son culpables.

Por lo tanto, debo revisar mi ilustración, agregando un poco de ficción para describir con más precisión la gracia de Dios.  Cuando mi amigo llegó a la cima de aquel cerro a 163 millas por hora, presionó los frenos a fondo provocando así que el automóvil siguiera su curso fuera de control, estrellándose en el carro policial casi destruyéndolo y golpeando severamente al policía.  En vez de dejar ir a mi amigo sin su parte, el oficial debió haberlo escrito y haber pagado él mismo la multa.  No debió haber permitido que mi amigo pagara nada —incluso el café.  Ahora bien, eso sí sería gracia, la clase de gracia que la Biblia nos cuenta, la gracia de Dios para los que son salvos.

Nuestra lección considera la gracia de Dios, como un tema tan inmenso que podría estar una eternidad intentando de comprenderla.  En consecuencia, intentaré resumir algunos de los elementos principales de la gracia de Dios, llamando su atención a tres historias de la Biblia que describen la gracia de Dios.  La primera historia es la de Jacob y la gracia de Dios (Génesis 25-32; Oseas 12:2-6); la segunda es la de Jonás y la gracia de Dios y la última es la de Jesús y la mujer sorprendida en adulterio (Juan 8:1-11).  En estas tres historias, encontraremos a un hombre que finalmente termina de luchar con Dios y los hombres y se somete a sí mismo a la gracia de Dios (Jacob).  Consideraremos a un hombre que es profeta y sin embargo, odia la gracia de Dios (Jonás),  Y veremos a una mujer que es recipiente de la gracia de Dios, mientras está allí de pie condenada por algunos de sus pares auto denominados justos (la mujer de Juan 8:1-11).

Jacob y la Gracia de Dios[1]

Jacob no es el primer ejemplo de la gracia de Dios; pero es uno de los ejemplos más impresionantes del Antiguo Testamento.  Parece que le tomó 130 años comenzar a tomar conciencia de lo que significaba vivir por la gracia de Dios (ver génesis 47:9).  Existe un punto crucial en la vida de Jacobo en el cual él comienza a descansar en la gracia de Dios.  Es en ese punto, registrado en Génesis 32:22-32 e interpretado con mayor cuidado en Oseas 12:2-6, sobre el cual me gustaría que enfocáramos nuestra atención.

Incluso antes de su nacimiento, Jacob fue un hombre que peleó con otros:

“Y oró Isaac a Jehová por su mujer, que era estéril; y lo aceptó Jehová, y concibió Rebeca su mujer.  Y los hijos luchaban dentro de ella; y dijo:  Si es así, ¿para qué vivo yo?  Y fue a consultar a Jehová; y le respondió Jehová:  Dos naciones hay en tu seno, y dos pueblos serán divididos desde tus entrañas; el un pueblo será más fuerte que el otro pueblo, y el mayor servirá al menor.  Cuando se cumplieron sus días para dar a luz, he aquí había gemelos en su vientre.  Y salió el primero rubio, y era todo velludo como una pelliza; y llamaron su nombre Esaú.  Después salió su hermano, trabada su mano al calcañar de Esaú; y fue llamado su nombre Jacob.  Y era Isaac de edad de sesenta años cuando ella los dio a luz”  (Génesis 25:21-26).

Cuando los niños crecieron, Jacob intentó salir adelante luchando con su hermano:

“Y crecieron los niños, y Esaú fue diestro en la caza, hombre del campo; pero Jacob era varón quieto, que habitaba en tiendas.  Y amó Isaac a Esaú, porque comía de su caza, mas Rebeca amaba a Jacob.  Y guisó Jacob un potaje; y volviendo Esaú del campo, cansado, dijo a Jacob:  Te ruego que me des a comer de ese guiso rojo, pues estoy muy cansado.  Por tanto fue llamado su nombre Edom.  Y Jacob respondió:  Véndeme en este día tu primogenitura.  Entonces dijo Esaú:  He aquí yo me voy a morir; ¿para qué , pues, me servirá la primogenitura?  Y dijo Jacob:  Júramelo en este día.  Y él juró, y vendió a Jacob su primogenitura.  Entonces Jacob dio a Esaú pan y del guisado de las lentejas; y él comió y bebió, y se levantó y se fue.  Así menospreció Esaú la primogenitura  (Génesis 25:27-34).

El punto final de las relaciones entre Jacob y Esaú, sucedió cuando Jacob engañó a su padre al hacerle pensar que él era Esaú, obteniendo así la bendición de su padre (Génesis 27).  En realidad, era Jacob quien debía gobernar por sobre Esaú.  Al parecer, Isaac estaría intentando reversar el hecho que Jacob tomara el lugar del que nació primero, tal como Dios lo había señalado (Génesis 25:23).  Pero Rebeca y Jacob estaban equivocados en cuanto al procedimiento que usaron para obtener la bendición de Isaac.  Una vez más, Jacob estaba peleando con los hombres y no en la forma que se le encomendó.

Como resultado del engaño, Esaú estaba furioso con Jacob por lo que sus padres enviaron a este último a Padan-aram para que buscara una esposa (Génesis 27:41-28:5).  Fue un gran incentivo para Jacob para regresar y permanecer en Padan-aram.  Después de su dramática visión, Jacob hizo un pacto con Dios, lo que demuestra que aún está luchando y no descansa en la gracia de Dios:

“E hizo Jacob voto, diciendo:  Si fuere Dios conmigo y me guardare en este viaje en que voy, y me diere pan para comer y vestido para vestir, y si volviere en paz a casa de mi padre, Jehová será mi Dios.  Y esta piedra que he puesto por señal, será casa de Dios; y de todo lo que me dieres, el diezmo apartaré para ti”.

Algunos podrían considerar la promesa de Jacob, como una ‘plegaria de fe’.  Lo veo de otra manera.  Observe todos los ‘si’.  El compromiso de Jacob hacia Dios, está basado en el comportamiento que Dios tenga para satisfacer las necesidades de Jacob, tal como éste las define.  Si Dios:  (1) le protege en su viaje; (2) le provee la comida y la vestimenta adecuada y (3) le permite regresar al hogar de su padre sano y salvo, entonces Jacob haría de Jehová su Dios y entonces le entregaría el diezmo.  El orden está absolutamente opuesto a los que Dios requiere de nosotros.  Debemos “primero buscar el reino y Su justicia” y después “todas las cosas” (como comida y vestimenta) se nos añadirán (Mateo 6:33).  Considere cómo la oferta de Jacob contrasta con estas palabras, pronunciadas por nuestro Señor:

“Por tanto os digo:  No os afanéis por vuestra vida, qué habéis de comer o qué habéis de ver; no por vuestro cuerpo, qué habéis de vestir.  No es la vida más que el alimento, y el cuerpo más que el vestido?”  (Marcos 6:25).

El ‘trato’ que hizo Jacob con Dios, es uno con el cual incluso Satanás hubiera estado de acuerdo:

“Respondiendo Satanás a Jehová, dijo:  ¿Acaso teme Job a Dios de balde?  ¿No le has cercado alrededor a él y a su casa y a todo lo que tiene?  Al trabajo de sus manos has dado bendición; por tanto, sus bienes han aumentado sobre la tierra.  Pero extiende ahora tu mano y toca todo lo que tiene, y verás si no blasfema contra ti en tu misma presencia”  (Job 1:9-11).

Y así encontramos al viejo Jacob en Padan-aram, ‘sirviendo’ a su tío Labán.  Una vez más está peleando con los hombres, buscando salir adelante a expensas de otros.  Finalmente, sólo después que Jacob abandona la casa de Labán y la tiera de Padan-aram, se encuentra con la gracia.  Cuando Jacob está por entrar a la tierra de Canaán, sabe que debe enfrentarse con su hermano Esaú y esto pone un desafío considerable a su seguridad.  Al parecer, la pelea con el ángel de Jehová, fue el momento que le hizo cambiar:

“Y se levantó aquella noche, y tomó sus dos mujeres, y sus dos siervas, y sus once hijos, y pasó el vado de Jaboc.  Los tomó, pues, e hizo pasar el arroyo a ellos y a todo lo que tenía.   Así se quedó Jacob solo; y luchó con él un varón hasta que rayaba el alba.  Y cuando el varón vio que no podía con él, tocó en el sitio del encaje de su muslo, y se descoyuntó el muslo de Jacob mientras con  él luchaba, y dijo:  Déjame, porque raya el alba.  Y Jacob le respondió:  No te dejaré, si no me bendices.  Y el varón le dijo:  ¿Cuál es tu nombre?  Y él respondió:  Jacob.  Y l varón le dijo:  No se dirá más tu nombre Jacob, sino Israel; porque has luchado con Dios y con los hombres, y has vencido.  Entonces Jacob le preguntó, y dijo:  Declárame ahora tu nombre.  Y el varón respondió:  ¿Por qué me preguntas por mi nombre?  Y lo bendijo allí.  Y llamó Jacob el nombre de aquel lugar, Peniel; porque dijo:  Vi a Dios cara a cara, y fue librada mi alma.  Y cuando había pasado Peniel, le salió el sol; y cojeaba de su cadera.  Por esto no comen los hijos de Israel, hasta hoy día, del tendón que se contrajo, el cual está en el encaje del muslo; porque tocó a Jacob este sitio de su muslo en el tendón que se contrajo”  (Génesis 32:22-32).

Si sólo consideramos este pasaje, sería posible llegar a una conclusión equivocada.  Podríamos suponer erróneamente que Jacob sobrepasó al ángel (¡un hecho asombroso!) y que debido a la perseverancia de Jacob en pelear con los hombres (y con Dios) a lo largo de los años, finalmente prevaleció.  Dios está ahora a disposición de Jacob.

Pero no fue así.  De esta historia concluimos que este “ángel” fue realmente Dios (versículo 30).  ¿Podría Jacob haber sobrepasado a Dios en una pelea?  Sabemos que más adelante que cuando aparentemente la lucha parecía estar igualada, el ángel golpeó a Jacob provocándole un dislocamiento de la cadera (versículo 25).  Jacob no está ahora en condiciones de pactar con Dios.  La interpretación de esta historia, fue dada siglos después, por el profeta Oseas cuando le hablaba a la nación de Israel, personificada por Jacob:

“Efraín se apacienta de viento, y sigue al solano; mentira y destrucción aumenta continuamente; porque hicieron pacto con los asirios, y el aceite se lleva a Egipto.  Pleito tiene Jehová con Judá para castigar a Jacob conforme a sus caminos; le pagará conforme a sus obras.  En el seno materno tomó por el calcañar a su hermano, y con su poder venció al ángel.  Venció al ángel, y prevaleció; lloró, y le rogó; en Bet-el le halló, y allí habló con nosotros.  Mas Jehová es Dios de los ejércitos; Jehová es su nombre.  Tú, pues, vuélvete a tu Dios; guarda misericordia y juicio, y en tu Dios confía siempre”  (Oseas 12:1-6).

Por su desobediencia, Israel está siendo reprendido por el profeta Israel.  Están a punto de ser desechados por Dios durante un período de tiempo, el tiempo de los gentiles.  No han confiado en Dios ni han obedecido el pacto que tenían con Él.  Ellos, al igual que Gomer la ramera, están cosechando lo que sembraron.  Pero hay una vuelta atrás, una forma de conseguir las bendiciones de Dios, de entrar en la gracia de Dios.  Esta forma es buscar humildemente a Dios por la gracia.  Esto es lo que Oseas le dice a la nación de Israel, lo que Jacob debe hacer (recuerden que el nombre de Jacob fue cambiado a “Israel” en Génesis 32:27-28).  Durante toda su vida, había estado luchando contra Dios y con los hombres.  Había estado intentando seguir adelante por su propia astucia, engaños y esfuerzo.  Pero cuando el ángel le dislocó la cadera, ya no tenía manera alguna de ‘forzar’ al ángel para que lo bendijera.  Todo lo que podía hacer, era llorar y suplicar misericordia (en el nombre de Dios).  Finalmente, Jacob aprendió cómo las bendiciones de Dios son dadas a los hombres —sin apropiarse de ellas, sino que por gracia.

Jonás y la Gracia de Dios (Jonás 3 y 4)

La gracia fue la base del trato de Dios con Israel, como lo fue también en su trato con los gentiles.  Cuando la Ley se comprende correctamente, fue un don de la gracia divina.  La entrada de Israel a las bendiciones del pacto de Dios, tendría que ser por medio de la gracia (Deuteronomio 30:1-14).  Los otros profetas hablaron de la gracia de Dios, como la base del trato que tenía con Su pueblo y la base para la esperanza y la alabanza de Israel (Isaías 30:18-19; Jeremías 3:12; Joel 2:12-14; Amós 5:15).  Como profeta de Dios, se podría esperar que Jonás se hubiera gozado en la gracia de Dios.  Pero, simplemente no fue el caso.

En Jonás 1, los marineros paganos le demuestran gracia a Jonás tratando desesperadamente de salvar su vida con el riesgo de perder las suyas.  Oran a Dios, preocupados por la posibilidad de quitarle la vida a un inocente.  Pero Jonás no demuestra gracia alguna hacia ellos.  Da la impresión que poco le ha preocupado poner en peligro la vida de los marineros, a causa de su rebelión en contra de Dios.  Virtualmente tienen que arrancarle la verdad:  que él es realmente un profeta del único Dios verdadero, el Dios que hizo los cielos y la tierra.

En Jonás 2, Dios perdona la vida de Jonás por un medio que aparentemente era su destrucción —un pez gigante.  Jonás se estaba ahogando.  Sólo le restaban pocos momentos de vida.  Repentinamente, fue envuelto por la oscuridad,  A su alrededor habían paredes viscosas de carne.  El olor debió haber sido espantoso.  ¡Había sido tragado por un pez!  Era una muerte muy lenta la que esperaba a Jonás.  Y después debió haberse dado cuenta que en realidad el pez era su salvación.  Mientras estaba dentro del pez, Jonás compuso una oración que está registrada en el Capítulo 2 de Jonás.  Si analizamos cuidadosamente la oración de Jonás, se nos revela que en realidad es un poema. Con más precisión, es un salmo.  Al mirar las referencias marginales en nuestra Biblia, nos damos cuenta que es un salmo en el cual Jonás emplea muchos términos y expresiones que vemos en los salmos.

Sin embargo, este ‘salmo’ es como los salmos del Libro de los Salmos, sólo en la forma y en el vocabulario.  No se parece a ninguno de los salmos de la Biblia, en términos de énfasis o de teología.  Jonás habla demasiado de sí mismo, de su experiencia, de su peligro, de su agonía.  Dice demasiado poco de Dios.  Habla de mirar y orar dirigiéndose hacia el templo santo (versículo 4, 7).  Habla de una forma desdeñosa de los paganos y en comparación con ellos, se eleva a sí mismo:

“Los que siguen vanidades ilusorias, su misericordia abandonan.  Mas yo con voz de alabanza te ofreceré sacrificios; pagaré lo que prometí, la salvación es de Jehová”  (Jonás 2:8-9).

Lo que está faltando es alguna referencia a su propio pecado o algún indicio de arrepentimiento.  Esto es especialmente interesante en que Jesús está en ‘cautiverio’, como resultado de su pecado y hace referencia al templo de Dios.  Sin embargo, consideremos este texto que perfila en forma muy precisa cómo un israelita se arrepiente:

“Si pecaren contra ti (pues no hay hombre que no peque), y te enojares delante contra ellos, y los entregares delante de sus enemigos, para que los que los tomaren los lleven cautivos a tierra de enemigos, lejos o cerca, y ellos volvieren en sé en la tierra donde fueren llevados cautivos; si se convirtieren, y oraren a ti en la tierra de su cautividad, y dijeren:  Pecamos, hemos hecho inicuamente, impíamente hemos hecho; si se convirtieren a ti de todo su corazón y de toda su alma, en la tierra de su cautividad, donde los hubieren llevado cautivos, y oraren hacia la tierra que tú diste a sus padres, hacia la ciudad que tú elegiste, y hacia la casa que he edificado a tu nombre; tú oirás desde los cielos, desde el lugar de tu morada, su oración y su ruego, y ampararás su causa, y perdonarás a tu pueblo que pecó contra ti”  (2 Crónicas 6:36-39, énfasis del autor).

Salomón no sólo indica que un israelita que está en un país distante puede dirigirse hacia el templo santo de Dios y orar pidiendo perdón, también entrega las palabras que un judío arrepentido debe decir para expresar dicho arrepentimiento:

“…y ellos volvieren en sé en la tierra donde fueren llevados cautivos; si se convirtieren, y oraren a ti en la tierra de su cautividad, y dijeren:  Pecamos, hemos hecho inicuamente, impíamente hemos hecho”  (2 Crónicas 6:37).

Cuando miramos la historia de Israel, aquellos que verdaderamente se arrepintieron de sus pecados y de los pecados de su nación, siguieron este patrón establecido por Salomón:

“Esté ahora atento tu oído y abiertos tus ojos para oir la oración de tu siervo, que hago ahora delante de ti día y noche, por los hijos de Israel tus siervos; y confieso los pecados de los hijos de Israel que hemos cometido contra ti; sí, yo y la casa de mi padre hemos pecado.  En extremo nos hemos corrompido contra ti, y no hemos guardado los mandamientos, estatutos y preceptos que diste a Moisés tu siervo”  (Nehemías 1:6-7).

“Pero tú eres justo en todo lo que ha venido sobre nosotros; porque rectamente has hecho, mas nosotros hemos hecho lo malo.  Nuestros reyes, nuestros príncipes, nuestros sacerdotes y nuestros padres no pusieron por obra tu ley, ni atendieron a tus mandamientos y a tus testimonios con que les amonestabas”  (Nehemías 9:33-34).

“Hemos pecado, hemos cometido iniquidad, hemos hecho impíamente, y hemos sido rebeldes, y nos hemos apartado de tus mandamientos y de tus ordenanzas”  (Daniel 9:5).

¿Se atrevería alguien a decir que el ‘salmo’ de Jonás es una expresión de arrepentimiento?  Habla de los gentiles como pecadores y de sí mismo (y por inferencia, de todos los judíos), como justo (Jonás 2:8-9).  Basándonos en Jonás 1, esto es difícil de defender.  Jonás el profeta, está actuando como un pagano mientras que los marineros están adorando al Dios de Israel.

Algunos han señalado las últimas palabras del seudo salmo de Jonás, como la última expresión de arrepentimiento:

“La salvación es de Jehová”  (Daniel 9:9)

Creo que no, aunque sólo recientemente he llegado a esta conclusión.  La expresión:  “La salvación es de Jehová”, también es una cita de los Salmos.  Consideremos la expresión más completa de esto en el Salmo 3:

“No temeré a diez millares de gente, que pusieren sitio contra mí.  Levántate, Jehová; sálvame, Dios mío; porque tú heriste a todos mis enemigos en la mejilla; los dientes de los perversos quebrantaste.  La salvación es de Jehová; sobre tu pueblo sea tu bendición.  Selah”  (Salmo 3:6-8).

Observemos en forma especial, las últimas palabras del versículo 8, las palabras que Jonás no incluyó; pero que creo ver implícitas.  Jonás quería que Dios salvara a Su pueblo Israel y que condenara a los gentiles al infierno (en el Capítulo 4, se hace muy evidente).  Sus palabras en el Salmo 2, expresan más alivio que alabanza; se enfoca más en Jonás que en Dios y dan esperanza para la liberación de los judíos; pero no de los gentiles.  Recuerden que Jonás había sido enviado a predicar al pueblo de Nínive y, ¡se había rehusado a hacerlo!  No quería que esos gentiles impíos fueran salvos; sólo los judíos rectos.

¿No suena esto algo duro?  Lo es y también es verdad.  De esto se trata el Libro de Jonás.  Jonás, el profeta rebelde y sin arrepentimiento, es un cuadro de la nación de Israel.  Ilustra el rechazo que tuvieron los judíos, de ser “luz para los gentiles”, de tomar las buenas nuevas de la gracia de Dios hacia los paganos.  Los judíos pensaban que Dios les había elegido porque eran mejores, más merecedores y que Él había rechazado a los gentiles, condenándole al infierno eterno porque no eran merecedores de Sus bendiciones.

Si Jonás se hubiera arrepentido, hubiera sufrido un vuelco; su corazón y sus acciones, hubieran cambiado, de acuerdo a o que implica la palabra arrepentimiento.  Esto significa que se hubiera dirigido en forma inmediata hacia Nínive, donde Dios le había ordenado ir.  En vez de ello, el Capítulo 3 comienza con una reiteración de este mandato.  Jonás no irá a Nínive hasta que Dios se lo ordene nuevamente.  Y es así, que con muy pocos deseos finalmente va a Nínive, donde proclama el mensaje que Dios le ha entregado.[2]

Si queremos ver un genuino arrepentimiento, no miremos a Jonás; fijémonos en los ninivitas.  La gente de la ciudad creyó en Dios (versículo 5) y comenzaron a ayunar.  Toda la población se arrepintió y lo demostraron, ayunando.  Es más, el ganado también fue incluido en el ayuno.  De la misma manera, el rey también se arrepintió y ayunó, lo que hizo aparentemente sin haber oído personalmente a Jonás; pero habiendo escuchado su mensaje de segunda mano (ver versículo 6).  El rey llamó al ayuno y condujo a la nación al arrepentimiento, con un cierto grado de confianza en que Dios era misericordioso y que Él pudiera aplacarse y evitar  la destrucción si se arrepentían.  Esto tiene una buena base bíblica:

“Entonces vino a mí palabra de Jehová, diciendo:  ¿no podré yo hacer de vosotros como este alfarero, oh casa de Israel?, dice Jehová.  He aquí que como el barro en la mano del alfarero, así sois vosotros en mi mano, oh casa de Israel.  En un instante hablaré contra pueblos, y contra reinos, para arrancar, y derribar, y destruir.  Pero si esos pueblos se convirtieren de su maldad contra la cual hablé, yo me arrepentiré del mal que había pensado hacerles”  (Jeremías 18:5-8).

Por eso pues, ahora, dice Jehová, convertíos a mí con todo vuestro corazón, con ayuno y lloro y lamento.  Rasgad vuestro corazón, y no vuestros vestidos, y convertíos a Jehová vuestro Dios; porque misericordioso es y clemente, tardo para la ira y grande en misericordia, y que se duele del castigo.  ¿Quién sabe si volverá y se arrepentirá y dejará bendición tras de él, esto es, ofrenda y libación para Jehová vuestro Dios?”  (Joel 2:12-14).

Y así Dios cedió y no hizo el mal con el que los había amenazado a través de Jonás y la ciudad fue perdonada (3:10).  Este es el momento en el que Jonás realmente se enfada con Dios.  Imagínense esto:  Jonás el profeta, advierte a los hombres de la ira santa de Dios hacia los pecadores y este pecador —Jonás— está enojado con Dios y mal dispuesto a desahogar su ira hacia Dios.  Pienso que la gracia que Dios otorgó a los ninivitas no fue tan asombrosa como la que le demostró a Jonás.  En estos momentos, Jonás no debió haber sido más que un montoncito de cenizas; sin embargo, ahí lo tenemos agitando su puño cerrado frente a la cara de Dios.  Y Dios se dirige gentilmente a él, diciéndole:  “¿Haces tú bien en enojarte tanto?”  (versículos 4, 10).

La oración de Jonás en el Capítulo 4, es absolutamente asombrosa.  Protesta en contra de Dios en base a Su gracia, compasión, cemente, piadoso y que se arrepiente del mal (versículo 2).  Este es el único lugar de la Biblia en que una persona protesta en contra de Dios y no le alaba a Él por sus atributos.  Tales atributos son la esencia de la gloria de Dios, de acuerdo a Éxodo 34:6.  Son la base para la intercesión del hombre, pidiendo el perdón divino para los pecadores (Números 14:18).  Son la base para el arrepentimiento de los hombres (Deuteronomio 4:31; Joel 2:12-14) y la razón por la que Dios persevera con este pueblo duro cerviz (Nehemías 9:17, 31).  Son la base de las obras de Dios para la salvación (Salmo 116:5) y el perdón (Salmo 103:8-10).  Son la motivación y la base para que los hombres adoren a Dios (Salmo 111.4; 145:8).  Pero Jonás encuentra que estos atributos son repulsivos y repugnantes – la base para protestarle a Dios.

Mientras se desarrolla la historia, finalmente encontramos a un Jonás feliz.  A pesar del hecho que Dios ha perdonado a los ninivitas y ha suspendido el día de la destrucción, Jonás construye una enramada fuera de la ciudad, aún pensando que Dios la va a destruir y que tendrá el placer de ver cómo se transforma en humo.  En el calor intenso que hacía allí donde él estaba (y que no tenía razón alguna para sufrir por él), Dios en Su misericordia le entrega una planta  para que tenga sombra.  Y después, Dios se la quita lo que hizo que Jonás se enfadara aún más.  Dios le pregunta si es justo que esté enojado por lo que le ha sucedido a la planta y éste le asegura a Dios que tiene todo el derecho.

Durante mucho tiempo creí que el pecado de Jonás era el del egoísmo y preocuparse en demasía de sí mismo.  Finalmente, he llegado a ver lo que creo que es el mensaje entre líneas de este libro.  Jonás estaba enojado con la gracia de Dios.  Estaba enojado porque Dios mostró Su gracia a los ninivitas.  Se alegró cuando Dios le mostró Su gracia al regalarle la planta que le daría sombra; pero se puso furioso cuando Dios la destruyó.  Jonás no se merecía esa planta y ciertamente tampoco se la ganó.  Fue un regalo de la gracia de Dios y Dios podía dársela o no y de la misma manera, quitársela.

Jonás deseaba las bendiciones de Dios.  Las esperaba.  Y se enojó cuando Dios le quitó esas bendiciones o se las entregó a otros.  Jonás deseaba la gracia de Dios; pero no como gracia.  Quería los beneficios y las bendiciones de Dios; pero mereciéndolas y no como un pecador no merecedor de ellas.  Esto es lo que enojó a Jonás con relación al trato que Dios tuvo con los ninivitas.  Tuvo que admitir que aquello fue gracia; pero él detestaba la gracia.  La gracia humilla al receptor de las bendiciones de Dios.  La gracia señala la impiedad del recipiente.  Jonás deseaba ser bendecido; pero no en el terreno de la gracia.

El problema de Jonás es precisamente el mismo de los judíos, tanto entonces como ahora.  Jonás se consideraba justo por sí mismo.  Las personas que así se consideran, no quieren confesar sus pecados e implorar la gracia de Dios.  Piensan que son merecedores de las bendiciones de Dios y sólo se enojan cuando Dios no satisface sus deseos.  Jonás, al igual que los israelitas de sus días y como los judíos de los días de Jesús, eran pecadores que se consideraban justos en sí mismos y se enojaban cada vez que Dios demostraba Su gracia a los pecadores.  Jonás, como muchos hombres de nuestros días, detestan la gracia de Dios.

La Gracia de Nuestro Señor Jesucristo

“Y por la mañana volvió al templo, y todo el pueblo vino a él; y sentado él, les enseñaba.  Entonces los escribas y los fariseos le trajeron a una mujer sorprendida en adulterio; y poniéndola en medio, le dijeron:  Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en el acto mismo del adulterio.  Y en la ley nos mandó Moisés apedrear a tales mujeres.  Tú, pues, ¿qué dices?  Mas esto decían tentándole, para poder acusarle.  Pero Jesús, inclinado hacia el suelo, escribía en tierra con el dedo.  Y como insistieran en peguntarle, se enderezó y les dijo:  El que de vosotros esté sin pecado sea el primero en arrojar la piedra contra ella.  E inclinándose de nuevo hacia el suelo, siguió escribiendo en tierra.  Pero ellos, al oir esto, acusados por su conciencia, salían uno a uno, comenzando desde los más viejos hasta los postreros; y quedó solo Jesús, y la mujer que estaba en medio.  Enderezándose Jesús, y no viendo a nadie sino a la mujer, le dijo:  Mujer, ¿dónde están los que te acusaban?  ¿Ninguno te condenó?  Ella dijo:  Ninguno, Señor.  Entonces Jesús le dijo:  Ni yo te condeno; vete, y no peques más”  (Juan 8:2-11).

Sabemos que cuando nuestro Señor vino a la tierra, Él fue la personificación de la gracia y de la verdad (Juan 1:14).  Un incidente en la vida y ministerio de nuestro Señor, nos dice mucho acerca de la gracia que Él demuestra a los hombres.  Mientras estaba enseñando en el templo, los escribas y fariseos idearon tentarle trayéndole a una mujer que había sido sorprendida en acto de adulterio[3] —en “el acto mismo” (versículo 4).  Estos hipócritas, al considerarse a sí mismos justos, no estaban preocupados de la ira de Dios hacia su propio pecado, porque se fijaban en los demás —como en esta mujer— como pecadores.  Debido a que Jesús demostraba tal compasión por los pecadores y Él pasaba tanto tiempo con ellos, los escribas y fariseos quisieron poner a Jesús en una situación imposible.  Pretendían que Él optara por mostrarse suave con el pecado o en una línea dura y así perder popularidad frente al pueblo, dando Su anuencia para matar a esta mujer.

Le recordaron que la Ley requería que esa mujer muriera.  Por supuesto que estaban en lo correcto; pero también eran necesaria la muerte del hombre (ver Levítico 20:10ss.; Deuteronomio22:22ss.).  Entonces le pidieron Su opinión con respecto a lo que debía hacerse con aquella mujer.  ¿Se atrevería Jesús a desafiar la Ley de Moisés?

Jesús estaba más interesado en la hipocresía de los escribas y de los fariseos que someter a muerte a la mujer.  Si los pecadores debían morir (pues la paga del pecado es la muerte—el alma que pecare deberá morir), entonces que los que no tienen pecado, tiren la primera piedra.  Nadie podía tener el coraje de asumir que no tenían pecado.  Nadie se atrevió a afirmar que era lo suficientemente justo como para pronunciar un juicio y comenzar la ejecución.  Y es así que todos los que acusaban a esta mujer, desaparecieron uno por uno, desde el más anciano al más joven.

Entonces, Jesús le habló a la mujer, preguntándole dónde estaban los que la habían acusado.  Ella contestó que nadie había quedado para acusarla.  Jesús entonces, le dijo:  “Ni yo te condeno; vete, y no peques más”.  De estas palabras se deduce claramente que la mujer había pecado.  ¿Por qué entonces nuestro Señor no la condenó?  Solo Él “no tenía pecado”.  Sólo Él podía haber tirado la primera piedra.  En vez de ello, le dijo que Él no la condenaba y que debía seguir su camino; pero no su vida de pecado.

¿Por qué el Señor Jesús podía hacer y decir estas cosas?  ¿Por qué Jesús no obedeció la ley, arrojándole una piedra a la mujer?  La razón es simple y puede resumirse en una sola palabra:  gracia.  El propósito de Jesús en Su primera venida, no es la condenación sino la salvación.  Él vino a buscar y a salvar a los pecadores.  Legítimamente podía negarse a arrojarle a una piedra a esta mujer, no porque la Ley estuviera errada, sino porque Su propósito al venir fue sufrir Él mismo la sentencia a muerte.  Vino a morir por los pecados de aquella mujer y es así que Él ciertamente no le arrojaría una piedra.  No estaba minimizando su pecado, o sus consecuencias; sino anticipando aquel día cuando Él cargaría el castigo por los pecados en la cruz del Calvario.  Eso, amigos míos, es la gracia de Dios; la gracia que nuestro Señor vino a proveer a través de Su muerte por sustitución en el lugar que le pertenece al pecador.

Conclusión

No existe palabra más dulce para los oídos del pecador, que la palabra gracia.  Y no hay nada más repulsivo para el hombre que se autoconsidera justo, que la gracia, pues este tipo de hombres, niegan sus pecados y exigen de Dios Sus bendiciones, como que lo merecieran.

¿Ha pensado alguna vez que ha sido demasiado pecador, para que Dios lo salve?  Entonces, la gracia es para usted la buena nueva que Dios le tiene.  Vuestra salvación no está basada en lo bueno que usted puede ser y su salvación no está prohibida por lo pecador que ha sido.  Jesús vino al mundo a salvar a los pecadores y el apóstol Pablo nos dice que gana el primer premio por ser el “jefe de los pecadores”  (1ª Timoteo 1:15).  Usted deberá ponerse en la fila, detrás de Pablo (y de mí), si piensa de usted mismo como demasiado pecador.  Nunca será usted demasiado pecador para ser salvo, ni tan bueno, ni tan justo en sí mismo, ni tan autosuficiente.  En ninguna parte la gracia es más elocuente, más gloriosa, más preciosa que cuando se contrasta con el pecado —nuestro pecado.

Antes que nos volvamos demasiado presumidos en nuestra condenación a los hombres como Jonás, permítanme preguntarles si alguna vez se han enojado con Dios.  Me aventuro a decir que ha sido así, lo reconozca y lo admita o no.  Y, ¿porqué se enojó con Dios?  Porque sintió que Él no le dio lo que merecía.  Se enojó porque Dios no le estaba tratando sobre la base de otra cosa, que no fuera la gracia.  No es obligatorio dar gracia a los pecadores.  Y los pecadores impíos no tienen derecho a protestar si Dios no les da Su gracia, pues ésta no es algo que pueda merecerse o ganarse bajo ningún concepto.

La gracia es una noticia tan maravillosa, una oferta tan gloriosa para aquellos que se reconocen como pecadores, porque ellos saben que no merecen otra cosa que la ira de Dios.  La gracia sólo es repugnante para los que se creen justos en sí mismos.  La gracia también es la base de la humildad.  La gracia declara que todos los hombres en su condición de perdidos, son iguales.  “...por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios”  (Romanos 3:23).  Todos merecemos el sufrimiento eterno del infierno.  Todo pecador está perdido y condenado y pronto a ser sentenciado a destrucción, destituido de la gracia de Dios.  La gracia no sólo declara que todos están igualmente perdidos; también declara que todos los que son salvos, son iguales.  No somos salvos por nuestras obras, por nuestros esfuerzos o por nuestros méritos.  Somos salvos por la obra de nuestro Señor Jesucristo, en la cruz del Calvario, por la muerte de sustitución, en el lugar que nos correspondía a nosotros y Su resurrección y Su ascensión a los cielos para sentarse a la diestra del Padre.  La gracia pone a todos los hombres en el nivel del suelo.  No hay lugar para la arrogancia con respecto a la gracia, excepto jactarnos en Aquel que nos ha otorgado Su gracia.

La gracia es la regla de vida y también es el tema que predomina en nuestras vidas mientras vivimos aquí en este mundo sirviendo a Dios y a Su iglesia.  Debemos demostrar esta gracia a los demás, de la misma manera que Dios lo ha hecho con nosotros.  La gracia está también siendo atacada por aquellos como Jonás y como los líderes religiosos del Nuevo Testamento.  Siempre debemos estar en guardia en contra de aquellos que tratan de destruirla insidiosamente.

De todas las verdades que agitan vuestra alma, que provocan la adoración y el servicio y que originan en usted humildad y gratitud, está la verdad que Dios es un Dios de gracia y que esa gracia se ha manifestado en la persona de Jesucristo.  Si usted recibiera la gracia de Dios, debe hacerlo aceptando el don misericordioso de la salvación que Dios ha provisto en y a través de Cristo.  Que nuestros corazones y mentes estén continuamente sacudidos con “la maravillosa gracia de Jesús”.

Citas Citables

En Dios, la gracia y la misericordia son una sola cosa; pero en la medida que nos llegan, son considerados como dos atributos, relacionados ; pero no idénticos.

«Así como la misericordia es la bondad de Dios confrontada con la miseria humana, de la misma forma la gracia es Su bondad dirigida hacia la deuda y el desmerecimiento humanos.  Es por Su gracia que Dios imputa mérito allí donde no existía previamente y declara que no existe deuda alguna donde sí existía.

La gracia es el gozo de Dios que le inclina a conferir beneficios sobre aquellos que no los merecen.  Es un principio auto-existente inherente a la naturaleza divina y se nos aparece como una inclinación auto-provocada a tener piedad de los impíos, a perdonar a los culpables, a dar la bienvenida a los desechados y a favorecer a quienes estaban desaprobados.  La utilidad que tiene para nosotros, hombres pecadores, es salvarnos y conducirnos a sentarnos juntos en los lugares celestiales para demostrar a todas las épocas, las riquezas extraordinarias de la bondad de Dios para con nosotros, en Jesucristo»[4]

«Es el favor eterno y absoluto de Dios, manifestado en la dispensación de las bendiciones espirituales y eternas a los culpables y pecadores»[5]

«La gracia es una provisión para los hombres que están tan caídos que son incapaces de levantar el eje de la justicia, tan corruptos que son incapaces de cambiar su propia naturaleza, tan adversos a Dios que son incapaces a volverse a Él, tan ciegos que son incapaces de verle, tan sordos que son incapaces de oirle y tan muertos que Dios mismo tiene que abrir sus tumbas y levantarlos en resurrección»[6]

«Por cuanto la humanidad fue erradicada del Jardín del oriente, nada ha vuelto a tener el favor divino, excepto a través de la maravillosa misericordia de Dios.  Y dondequiera que la gracia fue vista en un hombre, siempre ha sido a través de Jesucristo.  Ciertamente, la gracia vino por causa de Jesucristo; pero no esperó Su nacimiento en el pesebre o Su muerte en la cruz, para ser operativa.   Cristo es el Cordero herido de muerte desde la fundación del mundo.  El primer hombre en la historia de la humanidad en ser reintegrado a la compañía de Dios, vino por su fe en Jesucristo.  En la antigüedad, los hombres miraban adelante a la obra redentora de Cristo; en los últimos tiempos, miran hacia atrás; pero siempre vinieron y vienen por la gracia, por medio de la fe»[7]

«Pero nada enfada más al hombre natural y hace surgir en él su enemistad innata e inveterada en contra de Dios, que presionar sobre él la eterna, libre y soberanía absoluta de la gracia divina.  Que Dios haya construido Su propósito desde la eternidad, sin haber consultado previamente a la criatura, es demasiado humillante para el corazón quebrantado.  Que la gracia no pueda ser ganada o merecida con esfuerzos propios, es dejar al hombre justo en sí mismo demasiado ocioso.  Y que la gracia individualiza a quien le plazca para ser objeto de sus favores, levanta fuertes protestas de los rebeldes presuntuosos»[8].



[1] Otros textos del Antiguo Testamento que son adecuados para un estudio de la gracia de Dios, son:  Génesis 6:8; Deuteronomio 8:11-20; Nehemías 9 (completo); Salmo 6:1-3; 103:6-18; Isaías 30; 15-18; Joel 2:11-17; Zacarías 12:10-13:1.

[2]  Dudo mucho que Jonás hizo esto con un gran celo o con gozo.  Probablemente hizo lo que se le había ordenado, de la peor forma posible, con sólo el mínimo de obediencia.  Puedo asegurar esto con bastante certeza, basándome en el Capítulo 4.

[3] Qué interesante es observar que el hombre no fue llevado hasta donde estaba el Señor.  Con seguridad, conocían al hombre, por cuanto ella fue sorprendida en el acto mismo.  ¡Qué hipocresía!

[4] A.W. Tozer, The Knowledge of the Holy, p. 100.

[5] Abraham Booth, The Reign of Grace (de acuerdo a lo citado por Pink, The Attributes of God, p. 60).

[6] G.S. Bishop, de acuerdo a lo citado por Pink, Attributes, p. 64.

[7] Tozer, Knowledge of the Holy, p. 102.

[8] Pink, Attributes of God, p. 61.