Estudios Bíblicos en Siguiendo sus Pisadas |
La
Voluntad de Dios
Por Félix M. Paulino C.
"Porque ésta es la voluntad de Dios: vuestra santificación" (1 Tesalonicenses.4:3).
¿De donde proceden los mandamientos, la instrucción, los ruegos, las exhortaciones dadas por los apóstoles? ¿Quién invistió a los apóstoles con autoridad para dar mandamientos al pueblo de Dios sino Dios mismo y conforme a Su Voluntad? Agradar a Dios es -en una palabra- hacer su voluntad. De ahí que, manejar las Escrituras adecuadamente no es otra cosa que proclamar la voluntad de Dios a su pueblo, suficiente razón para el éxito de un ministro fiel a la Palabra de Dios. (ver 2 Timoteo 4:1-2,5). Pablo, sin lugar a dudas, pasará a los particulares, señalará el pecado con detalles.
Quienes predicamos la Palabra a veces nos hacemos la vana ilusión de que hablando en términos generales e impersonales podremos conseguir que la Palabra de Dios se aplique a aquellos individuos que la necesitan de manera muy especial. Nos damos cuenta que algún hermano se halla en cierta condición que necesita se le amoneste en ese sentido, pero en lugar de enfrentarlo personal, amorosa y responsablemente, procuramos traer la enseñanza en un mensaje dirigido en términos generales a todos. Así, en ocasiones, la condición particular de un miembro determina la temática de la predicación.
Es bueno dar instrucciones, enseñar y repetir la enseñanza con paciencia -(no estamos negando su importancia -y oramos al Señor por la eficacia de la predicación- sino afirmándola), pero declinar la exhortación personal y particular por la general será un intento -un tanto- débil, por no decir vano, de alcanzar el propósito deseado: a saber, que el hermano(a) que deseamos corregir tome la enseñanza y se la aplique a sí mismo.
Por lo regular -a causa de nuestro malvado corazón-, esquivamos las flechas de reprensión de la Palabra de Dios predicada, asumiendo que son dirigidas a otros. "Eso es para fulano(a)". La enseñanza apostólica nos revela que es necesario ir a los particulares. Es necesario el reclamo de la santidad de vida, es necesario señalar y reprender el pecado de manera directa pero mansa, insistir en la necesidad de lidiar continuamente contra el pecado, a fin de agradar a Dios. Y señalar la amenaza de Dios a los que desechan esto.
El apóstol comienza esta sección de su carta con ruegos y exhortaciones de carácter general, les dice en los versículos 1 y 2 del capítulo 4 de esta carta: "Por lo demás, hermanos, os rogamos y exhortamos en el Señor Jesús, que de la manera que aprendisteis de nosotros cómo conviene conduciros y agradar a Dios, así abundéis más y más. Porque ya sabéis qué instrucciones os dimos por medio (por la autoridad) del Señor Jesús". Aunque se expresa en términos de ruegos, estos ruegos jamás deben tomarse como palabras lisonjeras ni tímidas, ni son muestra de debilidad en el apóstol sino que son la manera en que los iguales deben tratarse en el Señor Jesús. Jamás la Palabra de Dios se enseña por imposición; sencillamente, nada conseguimos por la fuerza, ni con métodos de facturación humana. Y si se consiguiera algo por esa vía, probablemente no sería una respuesta espiritualmente genuina y válida.
Ahora bien, no es suficiente instruir teóricamente, debemos ir de lo teórico a la práctico, pero siempre mediante el uso de la Palabra del Señor. Ésta debe ser aplicada si ha de tener el efecto santificador para lo cual es enviada. Así que, Pablo hace aquí un llamado a la conducta consecuente en virtud de las instrucciones que les ha dado como ministro de Jesucristo, señalando que se trata de la voluntad de Dios; es, por tanto, un reclamo a la obediencia en santidad. Se trata pues de exhortaciones referentes a la conveniente manera de vivir en Cristo.
El conocimiento intelectual no basta, puede haber conocimiento intelectual, las doctrinas cristianas se aprenden como ciencia aunque no se crean. Uno puede haber sido hasta compañero de milicia de un ministro fiel como el apóstol Pablo, y aún así, necesitar la labor fecunda de los ministros del Señor que trabajan instruyendo, amonestando y exhortando, a fin de que nos conduzcamos como es digno de Dios, sabiendo que se trata de la voluntad de Dios para nosotros. El puesto se lo ha dado el Señor. Estas dos cosas: el buen testimonio y la instrucción apostólica comunicada por los ministros del Señor a Su iglesia, son parte integral de la disciplina de la iglesia. No sólo instrucciones verbales, sino también, buenos ejemplos de abnegación, de obediencia, de santidad y pureza.
El ministro de Jesucristo predica la Palabra, da el consejo de Dios humildemente, rogando a sus consiervos mansamente que dicha Palabra no sea desechada, que sea valorada como Palabra de Dios y no de hombres, porque no ignora las terribles consecuencias de rechazar la palabra, del vivir en desacuerdo con las instrucciones que ya les han sido comunicadas. En 1 Tesalonicenses 4:8 les dice:"...el que desecha esto, no desecha a hombre sino a Dios, que también nos dio su Espíritu Santo". Por la autoridad del Señor Jesús, Pablo como mensajero, les ha comunicado la voluntad de Dios.
No es suficiente haber recibido la Palabra con gozo al principio, la actitud humilde y receptiva ante la Palabra predicada debe ceñirnos siempre. Cada vez que se nos de un consejo, o nos expongamos a la predicación, es saludable para nosotros mantener una actitud receptiva y mansa, como dice Santiago: "...recibid con mansedumbre la palabra implantada, la cual puede salvar vuestras almas" (Santiago 1:21). Luchemos contra la tendencia carnal de poner nuestros ojos en el predicador, no sea que nos desenfoquemos del verdadero dador de la Palabra.
La Palabra del Señor comunicada fielmente jamás será desechada sin que quien la rechace se acarree graves consecuencias, pues, como dice el apóstol en el (:6) "...el Señor es vengador de todo esto", porque se está procediendo en contra de la voluntad expresada de Dios. Las instrucciones comunicadas por los siervos de Cristo a la iglesia en general y a cada miembro en particular no son cosa de juego, no son palabras para ser descuidadas como de poco valor, ni siquiera porque se tenga abundantemente. La predicación tiene el propósito divino de salvar a los creyentes. Allí en donde se deseche la labor de los predicadores fieles de la Palabra, de seguro no habrá una iglesia verdadera, no importa qué tantas otras actividades se realicen.
Los pastores son siervos de Cristo, ocupados en cumplir la voluntad del Señor en la iglesia. Cristo mismo los ha colocado en su lugar o posición de servicio, y una característica muy común a ellos es que ellos mismos no se consideran dignos de tal distinción. Pablo: Dice: "Doy gracias al que me revistió de poder, a Cristo Jesús nuestro Señor, porque me tuvo por fiel, poniéndome en el ministerio" (1 Timoteo1:12). El ruego o exhortación general que el apóstol hace es un reclamo a la obediencia a la voluntad de Dios. Que se dé una respuesta obediente a las instrucciones apostólicas que les han sido dadas en nombre del Señor Jesús. El propósito de la instrucción apostólica es que sepamos como nos conviene andar (vivir) para agradar a Dios, lo cual se logra sometiéndonos a la voluntad de Dios.
Sólo los perfectos de camino pueden agradar a Dios. La rectitud agrada al Señor. Su comunión es con los humildes, a los cuales exalta, mientras humilla y rechaza a los soberbios. Aún siendo salvos, nos acecha el peligro de desviar nuestro sometimiento a Dios sometiéndonos a los hombres. El apóstol escribió a estos hermanos de su firme determinación de agradar a Dios al cumplir su ministerio entre ellos, les dijo: "Porque nuestra exhortación no procedió de error ni de impureza, ni fue por engaño, sino que según fuimos aprobados por Dios para que se nos confiase el evangelio, así hablamos; no como para agradar a los hombres, sino a Dios, que prueba nuestros corazones" (1 Tesalonicenses 2:3,4). Esta es, sin lugar a dudas, una característica del verdadero ministro de Jesucristo, como refiere el apóstol Pablo en Gálatas 1:10: "Pues si todavía agradara a los hombres, no sería siervo de Cristo".
No pueden agradar a Dios los que viven según la carne. Romanos 8:8 "Porque la mentalidad de la carne es enemistad contra Dios; porque no se somete a la ley de Dios, ya que ni siquiera puede". El hombre carnal no agrada a Dios, es un enemigo de Dios, porque no quiere ni puede someterse a Dios. Y ahí está nuevamente la relación que existe entre agradar a Dios y someterse a El en obediencia. Se hace absolutamente necesario vivir por la fe si hemos de agradar a Dios. Hebreos 11:6 nos dice: "Y sin fe es imposible agradar a Dios". En las Escrituras se señalan ejemplos de hombres que vivieron agradando a Dios y el resultado de tal actitud, como Enoc "tuvo testimonio de haber agradado a Dios...lo traspuso Dios". La manera de vida que agrada a Dios es "por fe" "Mas el justo vivirá por fe", y no hay otra opción "Y si retrocediere no agradará a mi alma" (Hebreos 10:38).
Los beneficios de agradar a Dios son señalados: Dios es galardonador de los que le buscan. Aunque nuestra entrega y servicio al Señor en gratitud a El deberían ser incondicionales, la palabra de Dios está impregnada de promesas de premios y recompensas o buenos resultados, etc., que son beneficios que se hallan ligados al sometimiento de nuestra voluntad a la suya para estimularnos. Uno de esos beneficios: Paz con los hombres. "Cuando los caminos del hombre son agradables a Jehová, aún a sus enemigos hace estar en paz con él" (Proverbios 16:7). Otro: La compañía divina: "Y el que me envió, está conmigo; no me ha dejado solo el Padre, porque yo hago siempre lo que le agrada" (Juan 8:29). [Al continuar su exhortación, el apóstol Pablo les dice...
(:3)"...porque ésta es la voluntad de Dios", y la define, explica y resume como: "vuestra santificación". El sólo hecho de que el apóstol les refiera que sus instrucciones a ellos, sus ruegos y exhortaciones mediante la autoridad del Señor Jesús, no son otra cosa que la voluntad de Dios, debería ser suficiente motivación para que aquellos a quienes dirige su carta, quienes poseen el temor de Dios en sus corazones, se apresten a ponerla por obra. El hombre sin Cristo vive en un estado de completa rebelión y enemistad contra Dios. Pero a quienes estamos "en Cristo", Dios nos ha revelado su voluntad, cuyo objeto es nuestra santificación.
Pudiera ser que al estudiar este pasaje la tendencia natural sea la de pasar de inmediato al tema de la santificación. Pero ahora nos vamos a concentrar en la consideración de la voluntad de Dios, razón fundamental y causativa de nuestra santificación, necesitamos ampliar cuanto sea posible nuestro conocimiento de este tema, para que nuestra respuesta sea más firme y decidida. Se emplean también otros términos o expresiones para referirse a la voluntad de Dios en la Biblia, tales como: "el consejo de Dios"; "su buena disposición"; "su buena voluntad"; "su favor"; "su consejo" en el sentido de que ha sido su plan deliberado; "el deseo de Dios"; "el plan y propósito eterno de Dios"; "su voluntad de acuerdo a su inclinación"; "su delicia", etc.
Sin embargo, tenemos que establecer fijamente en nuestra mente y corazón que la voluntad de Dios es absoluta, esto es, no es condicionada por nada fuera de Dios mismo, no es distinta de su naturaleza divina; sin embargo, no es absolutamente arbitraria, sino que está en perfecta armonía con su santidad, justicia, bondad y verdad. Dios es todopoderoso, pero hay cosas que Dios no puede hacer, por ej.: -Dios no puede mentir, (Números 23:19); -Dios no tienta a nadie (Santiago 1:13); -Tampoco puede negarse a sí mismo (2 Timoteo 2:13). Él no puede hacer estas cosas porque son contrarias a su carácter esencial.
El fin más alto de la voluntad de Dios es El mismo. Todo cuanto existe que no es Dios- fue creado por su voluntad que es la base de toda existencia. El no tiene la obligación de querer que algo sea. El gobierna sobre todo de acuerdo a su libre consejo y determinación. En el cielo se le adora así: "Señor, digno eres de recibir la gloria, el honor y el poder; porque tú creaste todas las cosas, y por tu voluntad existen y fueron creadas" (Apocalipsis 4:11). Por su decreto determina todo cuanto ha de acontecer. "Todo lo que quiso ha hecho" (Salmo 115:3). Cristo fue "entregado por el determinado designio y previo conocimiento de Dios" (Hechos 2:23).
A nosotros nos ha "predestinado
para ser adoptados hijos suyos por medio de Jesucristo, conforme al beneplácito
de su voluntad", "nos ha dado a conocer el misterio de su voluntad,
según su beneplácito, el cual se había propuesto en sí
mismo". Tenemos suerte, hermanos, pues hemos "sido predestinados conforme
al propósito del que hace todas las cosas según el designio de
su voluntad" (Efesios 1:5,9,11). No sólo nos ha predestinado por
su voluntad, sino que por su voluntad perceptiva nos declara cómo hemos
de vivir para agradarle.
El que hace su voluntad entrará en el reino de los cielos (Mateo 7:21).
Tenemos que tener una voluntad bien dispuesta de obedecer a Dios para poder
conocer la doctrina de Cristo (Juan 7:17). Necesitamos transformarnos por medio
de la renovación de nuestra mente para que podamos comprobar cuál
es la voluntad de Dios: lo bueno, lo que le agrada, y lo perfecto (Romanos 12:2).
Él es el origen causal de todas las cosas, pero no es la causa del pecado.
El pecado existe de acuerdo a su propósito, y El lo controla y lo castiga:
Endureció el corazón de Faraón (Exodo 4:11) para luego
destruirlo; endureció el corazón de los cananeos para que fuesen
desarraigados (Josué 11:20). Los hijos de Elí no oyeron a su padre,
porque Jehová había resuelto hacerlos morir (1 Samuel 2:25).
Herodes y Poncio Pilato se aliaron con los gentiles y el pueblo de Israel contra Jesús -dice el apóstol Pedro, mientras oraba pidiendo al Señor confianza y valor en medio de las amenazas y la persecución- "para hacer cuanto tu mano y tu designio habían predestinado que sucediera" (Hechos 4:27,28). ¿Qué pasa con aquellos que no reciben el amor de la verdad para ser salvos? Dios les envía un espíritu engañoso para que crean a la mentira, a fin de que sean condenados todos los que no creyeron a la verdad, sino que se complacieron en la injusticia (2 Tesalonicenses 2:10-12). Él no tiene la obligación de salvar a los pecadores, sino que Él quiere hacerlo, y elige de entre todos a quienes El quiere salvar (Leer Romanos 9:11,18). De quien quiere, tiene compasión; y al que quiere endurecer, endurece.
La voluntad de Dios es inescrutable, nadie puede -sino sólo El- comprender el ser mismo de Dios (Romanos 11:33-35). Estas son razones más que suficientes para someternos a Dios en reverente obediencia, sabiendo que El hace bien todas las cosas. Cuando el apóstol Pablo nos dice porque esta es la voluntad de Dios: vuestra santificación, debemos ver en esas palabras una relación de causa y efecto. Según su voluntad, El nos ha santificado, nos ha limpiado de nuestros pecados por medio de la fe en la obra redentora de Cristo. Efectiva e indefectiblemente, Dios cumplirá su propósito para con nosotros, y de hecho, nos ha elevado a un nivel, a una categoría, a una condición privilegiada en la cual sin anular nuestra voluntad nos lleva mediante Su palabra y Su Espíritu a vivir una vida santa, una vida agradable a El, a agradarnos de hacer su voluntad.
Cuando se anunció el nuevo pacto en tiempos de Jeremías, Dios dijo: "Daré mi ley en su mente, y la escribiré en su corazón" (Jeremías 31:33). Como es así -y esto se cumple en cada verdadero creyente en Cristo-, la sumisión a la voluntad de Dios será el resultado de la ley interior, como también lo expresó el salmista David en el Salmo 40:8 "El hacer tu voluntad, Dios mío, me ha agradado, y tu ley está en medio de mi corazón". ¿Cómo explicar, entonces, la dificultad que tenemos de hacer lo que sabemos que debemos hacer para agradar a Dios? El apóstol Pablo nos da respuesta en Romanos 7:22,23 "Porque según el hombre interior, me deleito en la ley de Dios; pero veo otra ley en mis miembros, que hace guerra contra la ley de mi mente, y que me lleva cautivo a la ley del pecado que está en mis miembros". Esa realidad, sin duda, nos hace sentir miserables, pero levantemos nuestros ojos a Jesús, y demos gracias a Dios por nuestro Salvador.
Dios quiere nuestra santificación, le pertenecemos y no quiere que participemos en las obras infructuosas de las tinieblas, nos dice: "Salid de en medio de ellos, pueblo mío", no quiere que nos ensuciemos más en el pecado, nos ha dado su Palabra para santificarnos (Juan 17:17). Es, por tanto, mediante la sumisión a su santa voluntad que podremos vivir una vida agradable a El, apartados del pecado, la mundanalidad, la inmundicia, etc. Desde luego, como en todo, necesitamos orar al Señor por nuestra santificación. La oración es esencial para que el Señor nos capacite para hacer su voluntad, como en el Salmo 143:10: "Enséñame a hacer tu voluntad, porque tú eres mi Dios; tu buen espíritu me guíe a tierra de rectitud" .
Nuestro Señor Jesucristo es el ejemplo perfecto de esto, pues su vida toda fue una vida de sumisión al Padre, y oraba constantemente con este mismo objeto. En Mateo 26:42 leemos: "De nuevo se apartó, y oró por segunda vez, diciendo: Padre mío, si no es posible que pase de mí esta copa sin que yo la beba, hágase tu voluntad". Aún en la hora terrible de la experiencia humana, cuando nos asecha el peligro, nos amenaza la persecución, nos presionan los diversos problemas; vayamos, pues, ante el trono de la gracia, recordemos que su gracia y su misericordia están siempre dispuestas para el oportuno socorro.
Jamás olvidemos que en razón de que El nos ama y que según el puro afecto de su voluntad nos ha predestinado para ser adoptados hijos suyos por Jesucristo, y que esto ha generado en nosotros amor hacia El, ahora todas las cosas nos ayudan a bien, el fin de cuantas cosas nos acontecen es nuestro bien, ¿cómo explicarlo? No es asunto de explicaciones y razonamientos ni lógica humana. A los hombres naturales esto les parece locura y no lo pueden entender, pero a nosotros se nos ha dado la fe, y el Espíritu que escudriña y enseña aún lo profundo de Dios.
Hemos de vivir por la fe, hemos de hacer su voluntad, la cual de corazón deseamos hacer porque El nos ha conquistado con lazos de amor, y ha escrito su ley en nuestros corazones. ¿Qué importa la tribulación, la angustia, la persecución, el hambre, la escasez, los peligros, los maltratos? ¿Qué importa la muerte ni la vida? ¿Qué importa cuán poderosos sean nuestros enemigos si nada podrá apartarnos del amor de Dios que es en Cristo Jesús, Señor nuestro?
El hacer la voluntad de Dios nos identifica claramente con Cristo, es la verdadera señal de nuestra relación con Cristo, nuestro Señor respondió a uno que le interrumpió en su discurso, para informarle que afuera estaban su madre y sus hermanos, de esta manera: "...todo aquel que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos, ése es mi hermano, mi hermana, y mi madre" (Mateo 12:50). Así pues, cuando nos ocupamos firmemente en cumplir los mandamientos de Dios la luz que hay en nosotros brillará con más intensidad, porque nos estamos identificando cada vez más con nuestro Señor. El fue obediente hasta la muerte, y a nosotros se nos ha dado igual ministerio: "Sé fiel hasta la muerte, y yo te daré la corona de la vida" (Apocalipsis 2:10).
Allí, en el lugar en donde se desenvuelve tu vida, vive plenamente consciente de esta enseñanza. Aunque estemos en este mundo y tengamos amos terrenales, desde que creímos somos, en verdad, siervos de Cristo, y él nos dice cómo nos conviene vivir. Por vía del apóstol, nuestro Señor nos reclama una vida entregada, sometida a la voluntad de Dios: Efesios 6:6 nos dice: "Siervos, obedeced a vuestros amos terrenales con temor y temblor, con sencillez de vuestro corazón, como a Cristo; no para ser vistos, como los que quieren agradar a los hombres, sino como siervos de Cristo, haciendo de corazón la voluntad de Dios, sirviendo de buena voluntad, como al Señor y no a los hombres". De seguro, hermanos, que no habrá en el mundo manera más satisfactoria de trabajar que viviendo conscientes de que nuestro trabajo -sea quien sea nuestro jefe terrenal- es un servicio que hacemos a Cristo.
Nuestra regla de vida debe ser siempre: "Si el Señor quiere, viviremos y haremos esto o aquello" (Santiago 4:15). Nos hallamos en un mundo cambiante, en una feria de vanidades; por tanto, no nos dejemos deslumbrar, que nuestro corazón no se aferre a las cosas temporales, no importa lo llamativas que sean, lo mucho que apelen a nuestra propia concupiscencia, puesto que se nos ha dado eternidad. Ante la transitoriedad de la vida y lo vano y fútil del mundo, mostramos lo que realmente somos, que no somos del mundo, haciendo la voluntad de Dios, como nos dice el apóstol Juan: "Y el mundo pasa, y sus deseos; pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre" (1 Juan 2:17).