Estudios Bíblicos en Siguiendo sus Pisadas |
Nuestra santificación
Por Félix M. Paulino C.
Lect. 1 Tes.4:1-12
"Porque esta es la voluntad de Dios: vuestra santificación" (1 Tes.4:3).
La idea principal del término santificar es la de apartar algo de su uso ordinario para un fin o uso especial (religioso), y de manera particular, apartar para Dios.
Por mandato de Dios, Moisés santificó al pueblo de Israel para darles la ley en Sinaí: "Y Jehová dijo a Moisés: Ve al pueblo, y santifícalos...y descendió Moisés del monte al pueblo, y santificó al pueblo..." (Exo.19:10,14). También, todos los primogénitos de hombre y de bestia se santificaron (o apartaron) para Dios. Aarón y sus hijos fueron santificados para ministrar en el oficio sacerdotal. Dios santificó a Israel para que fuera su propia nación especial: "Porque tú eres pueblo santo para Jehová tu Dios; Jehová tu Dios te ha escogido para serle un pueblo especial, entre todos los pueblos que están sobre la tierra" (Deut.7:6).
Aparte de esa santificación inicial, la congregación debía santificarse, por ejemplo, en un día de peligro espiritual; un ayuno, o una guerra eran santificados. Job, por su parte, santificaba a sus hijos ofreciendo sacrificios por ellos, por si acaso en sus fiestas habían pecado contra Dios. El profeta Samuel cuando fue enviado a ungir a David como rey de Israel -antes de ofrecer sacrificio- santificó a Isaí y a su hijo David (1 Sam.16:5). Jeremías fue santificado (apartado) aún desde el vientre de su madre -puesto aparte por la voluntad divina- para darlo por profeta a las naciones (Jer.1:5).
El Monte Sinaí fue santificado y se señalaron sus límites al pueblo (Exo.19:23); el día de reposo también fue santificado (Deut.5:12); el tabernáculo y sus utensilios (Lev.8:10); el templo de Jerusalén (2 Crón.7:16); las ciudades de refugio (Jos.20:7); todas esas cosas, incluso casas y campos fueron santificados al Señor, apartados para un uso santo. En términos generales, Jehová dijo al pueblo de Israel: "Habéis, pues, de serme santos, porque yo Jehová soy santo, y os he apartado de los pueblos para que seáis míos" (Lev.20:26).
Dios el Padre santificó
y envió al mundo a su Hijo Cristo Jesús; Dios el Hijo se santificó
(apartó) a sí mismo, se auto-consagró y dedicó
para la labor de su oficio mediador, para que también sus discípulos
estén santificados en la verdad, y oró al Padre: "Santifícalos
en tu verdad, tu palabra es verdad" (Jn.10:36; 17:17,19). Además,
toda cosa creada es santificada por la palabra de Dios y la oración
(1 Tim.4:4,5). Como vemos, en el pasaje que estamos estudiando, a los que
han sido santificados, puestos aparte por Dios, se les requiere que se santifiquen,
que se separen a sí mismos de cualquier cosa que cause impureza: "Porque
esta es la voluntad de Dios: vuestra santificación", y sigue diciendo:
..."que os apartéis de fornicación....", es decir,
de toda contaminación e impureza.
Pero nosotros también, santificamos a Dios. ¿cómo lo
hacemos? Pues, por nuestra adoración y obediencia. Santificamos a Dios
cuando nuestra conducta se caracteriza por la justicia y la rectitud, por
la reverencia a su nombre. La incredulidad y la desobediencia muestran que
uno no está santificando a Dios, pues no se está reconociendo
su señorío y autoridad única sobre nosotros. Se nos exhorta
a santificar al Señor en nuestros corazones (1 Ped.3:15). Quiere decir,
dejar que él -por su pleno derecho- ejerza su señorío
sobre nuestras vidas.
Así como, en el AT, es Jehová quien santifica a Israel, un poco más adelante, en esta misma carta, el apóstol Pablo nos dice que es Dios quien santifica a sus redimidos (1 Tes.5:23) "Y el mismo Dios de paz os santifique por completo...". Y -como hemos visto- el método que Dios emplea para este fin es su Palabra. Así pues, los términos elegidos y santificados refieren los misms objetos (1 Cor.1:2). Según Rom.15:16, somos "ofrenda agradable, santificada por el Espíritu Santo".
Por medio del ejercicio de la santificación, somos utensilios para honra: "santificados, útiles para el Dueño (Señor), y dispuestos para toda buena obra" (2 Tim.2:21). La base de sustentación de nuestra santificación es la sangre del pacto derramada por Cristo en la cruz por su iglesia: "Cristo amó a la iglesia y se entregó a sí mismo por ella para santificarla" (Ef.5:26). Los dones y el llamamiento de Dios son irrevocables. El nos ha elegido, nos ha santificado y culminará la obra que ha comenzado en nosotros para el día de Jesucristo.
Mediante su disciplina -tanto instructiva como correctiva- nos está santificando en nuestra vida diaria. El nos apartó para que seamos su pueblo y persevera en su propósito de santificarnos, de que nos mantengamos separados de toda contaminación para que le sirvamos. Somos "linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido para posesión de Dios, para que anunciemos las virtudes de aquel que nos llamó de las tinieblas a su luz admirable; los que en otro tiempo no éramos pueblo, pero que ahora somos pueblo de Dios; que en otro tiempo no habíamos alcanzado misericordia, pero ahora hemos alcanzado misericordia" (1 Ped.2:9,10).
El apóstol Pedro nos aconseja: "Como hijos obedientes, no os amoldéis a los deseos que antes teníais estando en vuestra ignorancia; sino que así como aquel que os llamó es santo, sed también vosotros santos en toda vuestra manera de vivir; pues escrito está: Sed santos, porque yo soy santo" (1 Ped.1:14,15). [Al escribir a los tesalonicenses, el apóstol Pablo nos dice enfáticamente que la voluntad de Dios es nuestra santificación, y entra a los particulares..
(:3b) "que os apartéis
de fornicación". ¿Qué es fornicación? Podemos
contestar de inmediato: Lo opuesto a santificación. En un sentido restringido
es la comunión sexual entre una persona no casada y otra del sexo opuesto.
En este sentido, los fornicarios se distinguen de los adúlteros. En
1 Cor.6:19,20 se presentan ambos conceptos como distintos: "...no os
dejéis engañar; ni los fornicarios, ni los idólatras,
ni los adúlteros, etc....heredarán el reino de Dios".
En un sentido más amplio, la palabra traducida fornicación significa
la cohabitación ilícita de una persona de cualquier sexo con
una persona casada, como cuando nuestro Señor dice en Mat.5:32 "Pero
yo os digo, que todo el que repudia a su mujer, a no ser por causa de fornicación,
hace que ella adultere; y el que se casa con la repudiada, comete adulterio".
Pero en un sentido más amplio aún, el término fornicación denota la inmoralidad en general, todo tipo de transgresión sexual. Palabras sinónimas son: Indecencia, lujuria, deshonestidad, impureza, inmoralidad. Hermanos, notemos esto que es bien importante: Mientras otros pecados han de ser vencidos por medio de la crucifixión espiritual de la carne, el pecado de la inmoralidad es uno del cual el cristiano debe huir para poder mantenerse puro. Tal es el mandato apostólico: "Huid de la fornicación. Cualquier otro pecado que el hombre cometa está fuera de su cuerpo; mas el que fornica, peca contra su propio cuerpo" (1 Cor.6:18). Una manera de huir es casarse. Nos dice, más adelante, "pero a causa de las fornicaciones, cada uno tenga su propia mujer, y cada una tenga su propio marido" (1 Cor.7:2). "...cásense, pues mejor es casarse que estarse quemando" (:9)
Por otro lado, hermanos, siendo que la estrecha relación de Dios con su pueblo se identifica con el vínculo matrimonial (Ef.5:23-27), toda forma de idolatría se designa en las Escrituras como adulterio; esto se debe a que, históricamente, los cultos paganos -normalmente- están conectados con la inmoralidad en todos sus órdenes (Apoc.2:21). Nuestro Señor es nuestro esposo. Estamos unidos a él por un pacto; y requiere de nosotros fidelidad, para ello nos ha capacitado por su Espíritu y nos santifica en su Palabra. Si obedecemos, estaremos limpios y le agradaremos, seremos vasos útiles, santificados para el Señor, lo cual debe ser nuestro principal objetivo: Agradar y servir a aquel que nos amó hasta la muerte. [Ahora, el apóstol ofrece los detalles:
(:4)"que cada uno de vosotros sepa como poseer su propio vaso en santidad y honor". La responsabilidad es de "cada uno de vosotros" los cristianos. Cada uno, en particular, debe "poseer su propio vaso en santidad y honor". Esto, por supuesto, incluye a hombres y mujeres. La interpretación más popular dice que "propio vaso" aquí se refiere a la esposa de uno porque el apóstol Pedro se refiere a la mujer como "vaso más frágil" (1 Ped.3:7), pero esta interpretación deja fuera de contexto a las mujeres cristianas, y Pablo habla en sentido general a la iglesia.
Como ya hemos leído
de 1 Cor.6:18, la fornicación es un pecado contra nuestro propio cuerpo;
así pues, el "propio vaso" que dice Pablo aquí es
el propio cuerpo de uno. Cada creyente, hombre o mujer es responsable ante
Dios de "poseer su cuerpo en santidad y honor". Esto se refiere,
por supuesto, al dominio propio, esa gracia espiritual que debe permear todas
nuestras acciones. Yo soy responsable ante Dios y los hombres de hacer un
uso santo y honorable de mi propio cuerpo, como usted, sea hombre o mujer;
¿o acaso, sólo los hombres fornican? Hay pecados que son propios
del sexo masculino, como aquel de mirar a una mujer para codiciarla, pero
aquí se trata del uso santo y honroso que todos los creyentes debemos
dar a nuestro propio cuerpo.
Como el apóstol señala en 1 Cor.6:12-20, nuestro cuerpo es templo
del Espíritu. Específicamente nos dice que "el cuerpo no
es para la fornicación, sino para el Señor, y el Señor
para el cuerpo". Que "el que se une al Señor, es un solo
Espíritu con él" (:13, 17). En 1 Cor.7:2 el apóstol
Pablo se dirige no sólo a los hombres, sino también a las mujeres:
"pero a causa de las fornicaciones, cada uno tenga su propia mujer, y
cada una tenga su propio marido". Nuestro cuerpo es para el Señor,
por tanto, se nos exhorta a hacer un uso santo y honroso del mismo.
Hacer un uso santo y honroso de nuestro cuerpo tiene que ver -en el sentido negativo- con el apartarse de toda contaminación, impureza e idolatría. Y positivamente, con el empleo de nuestro cuerpo para la gloria de Dios, como les escribe el apóstol Pablo a los corintios: "¿O no sabéis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, el cual está en vosotros, el cual tenéis de Dios, y que no sois vuestros? Porque habéis sido comprados por precio; glorificad, pues, a Dios en vuestro cuerpo y en vuestro espíritu, los cuales son de Dios" (1 Cor.6:19,20).
Existe una línea divisoria movible -según el concepto de los hombres- para separar lo que es santo de lo que es pecaminoso. Para unos, comer en un restaurante el domingo es pecaminoso. Para otros, ver películas pornográficas en la TV no es pecaminoso. Es tergiversada la línea divisoria, siempre forzándola y sacándola de su correcta trayectoria, la cual es trazada por la Palabra de Dios.
Se nos manda a apartarnos de toda contaminación de carne y de espíritu. "No os unáis en yugo desigual con los incrédulos; porque ¿qué asociación tiene la justicia con la injusticia? ¿Y qué comunión la luz con las tinieblas? ¿Y qué armonía Cristo con Belial? ¿O qué parte el creyente con el incrédulo? ¿Y qué concordia entre el santuario de Dios y los ídolos? Porque vosotros sois el santuario del Dios viviente, como Dios dijo: Habitaré y andaré entre ellos, y seré su Dios, y ellos serán mi pueblo. Por lo cual, salid de en medio de ellos, y apartaos, dice el Señor, y no toquéis lo inmundo; y yo os acogeré, y seré a vosotros por Padre, y vosotros me seréis por hijos e hijas, dice el Señor Todopoderoso. Así que, amados, puesto que tenemos estas promesas, limpiémonos de toda contaminación de carne y de espíritu, perfeccionando la santidad en el temor del Señor" (2 Cor.6:18-7:1).
¡Qué hermosas razones nos presenta el Espíritu Santo para motorizar el perfeccionamiento de nuestra santidad en el temor del Señor! Las promesas de Dios de habitar y andar en medio nuestro, de ser nuestro Dios y nosotros su pueblo, de acogernos y ser nuestro Padre y nosotros sus hijos. Esas son las razones presentadas por el apóstol para inducirnos a no unirnos en yugo desigual con los incrédulos, a salir de en medio de ellos, a apartarnos, a limpiarnos de toda contaminación de carne y de espíritu, y es de esta manera que perfeccionaremos nuestra santidad en el temor del Señor. Pero no sólo de los incrédulos se nos manda a apartarnos sino también de toda persona que "llamándose hermano, sea fornicario, o avaro, o idólatra, o maldiciente, o borracho, o ladrón; con el tal ni aún comáis" (1 Cor.5:11). [Cada uno de vosotros ha de ejercer dominio propio a fin de mantenerse puro para el Señor. Y sigue diciendo el apóstol...
(:5)"...no en pasión de concupiscencia, como los gentiles que no conocen a Dios;" Cada palabra aquí es importante. La pasión es ese deseo vehemente por alguna persona o cosa, es la emoción intensa que se sufre por una cosa. La concupiscencia es la lascivia, los deseos codiciosos, las inclinaciones características de nuestra naturaleza pecaminosa que se ocupa en actuar en contra de la ley de Dios. Cuando somos tentados es, precisamente, de nuestra propia concupiscencia.
Quisiéramos poder decir -y no falta quien así lo haga- que la causa de nuestro pecado o de nuestra caída reside en alguien fuera de nosotros, sea Satanás o alguien más; y a menudo estamos condenando a los demás por la supuesta "provocación", pero la Escritura nos enseña claramente que es de nuestra propia concupiscencia que somos atraídos y seducidos; por tanto, debemos luchar contra los deseos pecaminosos que batallan contra el alma. Nuestra manera de conducirnos -si hemos de agradar a Dios- no puede ser jamás semejante a la de los incrédulos, los que no conocen a Dios. No los imitemos, no nos conformemos a este siglo, porque somos de Dios. Muchos cristianos en este tiempo, a la verdad, decepcionan. [El mandamiento y advertencia del apóstol al respecto es...
(:7)"que ninguno agravie ni defraude en este asunto a su hermano; porque el Señor es vengador de todo esto, como ya os hemos dicho y testificado solemnemente". Cometemos agravio y fraude contra el hermano cuando no ejercemos dominio propio sobre nuestras pasiones y deseos codiciosos. Cuando el deseo intenso por lo prohibido nos domina. La palabra hermano aquí podría significar no exclusivamente hermano en la fe sino nuestro prójimo, quienquiera que sea. Agraviar a alguien es hacerle daño, perjudicarle, ofenderle, injuriarle, propasarse con esa persona.
Defraudar a alguien es engañarle. El caso es que la persona ha depositado su confianza en nosotros, se ha hecho nuestro confidente, nos ha abierto las puertas de su hogar, la persona no se cuida de nosotros; pero entonces, damos riendas sueltas a las bajas pasiones y le ofendemos con alguna propuesta o conducta deshonesta; hemos venido a ser un fraude para esa persona.
Se espera de nosotros integridad en el carácter, que seamos personas de una sola pieza, no ambivalentes (en la iglesia y en el mundo), no de doble ánimo (sirviendo al Señor y a sus propios intereses); que seamos personas sinceras y confiables. Si no ejercemos el dominio propio vamos a defraudar a mucha gente. Pero, como en todas las cosas que hacemos, y como cada uno ha de dar cuenta ante el Señor por sus propias acciones, y los juicios del Señor están cayendo efectivamente para disciplinar también correctivamente a su pueblo, el apóstol les recuerda que "el Señor es vengador de todo esto".
Además, les hace doblemente responsables, porque ellos no ignoraban estas cosas. Pablo no les está hablando por primera vez, ni ellos son incrédulos. Fielmente el apóstol les había enseñado la doctrina, no se trataba de algo que los tesalonicenses no supieran, porque habían aprendido de las instrucciones recibidas del apóstol, fueron hechos conscientes de la sana doctrina que nos enseña a vivir santamente; se les dijo solemnemente que el Señor es vengador de toda obra mala. Una comunicación del evangelio que no enfatice el deber de vivir santamente y refiera la disciplina del Señor será defectuosa. [De nuevo, el apóstol refiere lo que ha sido y es la voluntad de Dios para nosotros al llamarnos...
(:7)"Pues no nos ha llamado Dios a inmundicia, sino a santificación". Ahora el apóstol emplea la palabra inmundicia, como lo opuesto a santificación. Inmundicia es suciedad, basura, impureza, deshonestidad. La fornicación y las pasiones desordenadas, los deseos codiciosos, son suciedad ante los ojos de Dios, porquería, basura. De allí nos sacó el Señor mediante su llamamiento santo. De nuevo se nos refiere -como cerrando el círculo- que la voluntad de Dios es nuestra santificación. Y esa voluntad de Dios es soberana. Dios todo lo que ha querido ha hecho.
Por tanto, no seamos necios, no nos volvamos como el perro a su vómito o la puerca lavada al revolcadero, a practicar los pecados que antes cometíamos. Vivamos como nos conviene conducirnos y agradar a Dios, actuando en consonancia con sus principios de santidad y justicia. [Tengamos cuidado de no ser de los que desechan el consejo apostólico, porque aunque sea comunicado por hombres falibles, se trata del mandamiento de Dios para nosotros. No olvidemos que el Señor es vengador de todo esto.
(:8) "Así que, el que desecha esto, no desecha a hombre, sino a Dios, que también nos dio su Espíritu Santo". Hermanos, debemos ser honestos y admitir nuestra falta de interés y esfuerzo por retener la enseñanza que se nos comunica a través de la predicación. Es probable que unos cuantos minutos después de haber oído el mensaje ya no nos acordamos ni siquiera del tema. La falta de memoria se debe a la falta de atención. ¿Por qué, muchas veces, olvidamos el nombre de una persona que nos fue presentada? Porque al momento de ser presentada no pusimos atención al nombre que se nos dijo. Estamos concentrados en otra cosa.
El cuidado que debemos tener al escuchar la predicación es enfatizado aquí, y el Señor no quiere que menospreciemos su Palabra por el hecho de que sea comunicada por medio de instrumentos humanos, porque aunque el Señor está empleando a hombres, es él quien está dando su palabra, y esto también hemos de creerlo por fe. El mismo Señor y los apóstoles no cesan de llamarnos la atención acerca de mirar bien cómo oímos. No sólo estar presentes, sino prestar toda la atención que se nos demande. No sólo oír con los oídos físicos, sino oír para obedecer. "El que tiene oídos para oír, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias". Esta es una oración acuñada en cada una de las cartas a las siete iglesias en Apocalipsis. La responsabilidad es de todos y cada uno de nosotros.
¿En qué otro lugar usted espera ser instruido o edificado para la vida que agrada a Dios sino a los pies de los ministros del Señor? Pero, hay quienes menosprecian a los siervos de Cristo, sin percatarse de que al mismo tiempo están menospreciando al Señor. Hay iglesias en donde la predicación ocupa un lugar de poca importancia; forzosamente le han dejado unos cuantos minutos, y debido a ese mismo menosprecio por la palabra, ese sentir contrario a la predicación de la palabra, los predicadores han cambiado de serios a cómicos; en lugar de seria predicación, el tiempo se emplea en otros asuntos, en formas de adoración inventadas por los hombres; en programas basados en la publicidad mundana para atraer a la gente del mundo.
Hermanos, aquí debemos venir a exponernos ante la palabra de Dios, pero no como un acto o ritual religioso que tenga alguna operación subjetiva o extra-sensorial para santificarnos. La palabra de Dios predicada entra por los canales normales de nuestro ser, por el oído, y es captada por nuestro entendimiento, que ha sido abierto por el Espíritu. Es el Espíritu que aplica la Palabra de Dios a nuestro espíritu. Pero, hermanos, es algo verdaderamente triste y digno de lamentar observar cómo personas que debido al tiempo transcurrido deberían ser ya maestros, pero se conducen como niños; todavía tienen necesidad de leche espiritual. Todavía hay que referirles los primeros rudimentos de las palabras de Dios, porque tienen necesidad de leche, y no de alimento sólido.
Como exhorta el escritor a los Hebreos: Hermanos, "Vayamos adelante hacia la madurez". Es la palabra de Dios puesta por obra, obedecida y cumplida en cada uno de nosotros lo que nos puede santificar y disfrutar de una vida victoriosa. Leamos a Stgo.1:21-25.
Hay una tendencia natural a menospreciar la palabra predicada. Hay , por tanto, el peligro de ser una persona de apariencia religiosa, pero en quien la palabra de Dios no está haciendo la obra de santificación porque sencillamente no se pone por obra. A los mismos hermanos tesalonicenses el apóstol tiene que decirles nuevamente en el cap.5:20 "No menospreciéis las profecías".
Hermanos, repito la exhortación del pastor Santiago aquí y así concluyo: "Recibid con mansedumbre la palabra implantada, la cual puede salvar vuestras almas".