Estudios Bíblicos en Siguiendo sus Pisadas

La gloria de Dios

Por Robert Deffinbaugh
Traducido por Juanita Contesse G.

Introducción

Uno de los eventos más tristes del Antiguo Testamento, está asociado con el nombre Icabod.  Icabod nació cuando su madre oyó que tanto su esposo como su suegro, habían muerto; lo que de inmediato provocó el alumbramiento y después murió.  Este evento tan triste sucedió debido a la tragedia que se suscitó en Israel, indirectamente provocando la muerte de Elí, cuando se le informó de la derrota de los israelitas por parte de los filisteos, la captura del arca del pacto y la muerte de sus dos hijos:  Ofini y Finees:

“Y su nuera la mujer de Finees, que estaba encinta, cercana al alumbramiento, oyendo el rumor que el arca de Dios había sido tomada, y muertos su suegro y su marido, se inclinó y dio a luz; porque le sobrevinieron sus dolores de repente.  Y al tiempo que moría, le decían las que estaban junto a ella:  No tengas temor, porque has dado a luz un hijo.  Mas ella no respondió, ni se dio por entendida.  Y llamó al niño Icabod, diciendo:  ¡Traspasada es la gloria de Israel!  Por haber sido tomada el arca de Dios, y por la muerte de su suegro y de su marido.  Dijo, pues:  Traspasada es la gloria de Israel; porque ha sido tomada el arca de Dios”  (1 Samuel 4:19-22).

La trágica ironía de este evento fue que los israelitas se sentían muy animados por la presencia del arca; pero a los filisteos les aterrorizaba:

“Y los filisteos presentaron la batalla a Israel; y trabándose el combate, Israel fue vencido delante de los filisteos, los cuales hirieron en la batalla en el campo como a cuatro mil hombres.  Cuando volvió el pueblo al campamento, los ancianos de Israel dijeron:  ¿Por qué nos ha herido hoy Jehová delante de los filisteos?  Traigamos a nosotros de Silo el arca del pacto de Jehová, para que viniendo entre nosotros nos salve de la mano de nuestros enemigos.  Y envió el pueblo a Silo, y trajeron de allá el arca del pacto de Jehová de los ejércitos, que moraba entre los querubines; y los dos hijos de Elí, Ofni y Finees, estaban allí con el arca del pacto de Dios.  Aconteció que cuando el arca del pacto de Jehová llegó al campamento, todo Israel gritó con tan grande júbilo que la tierra tembló.  Cuando los filisteos oyeron la voz de júbilo, dijeron:  ¿Qué voz de gran júbilo es esta en el campamento de los hebreos?  Y supieron que el arca de Jehová había sido traída al campamento.  Y los filisteos tuvieron miedo, porque decían:  Ha venido Dios al campamento.  Y dijeron:  ¡Ay de nosotros! pues antes de ahora no fue así.  ¡Ay de nosotros!  ¿Quién nos librará de la mano de estos dioses que hirieron a Egipto con toda plaga en el desierto.  Esforzaos, oh filisteos, y sed hombres, para que no sirváis a los hebreos, como ellos os han servido a vosotros; sed hombres, y pelead.  Pelearon, pues, los filisteos, e Israel fue vencido, y huyeron cada cual a sus tiendas; y fue hecha muy grande mortandad, pues cayeron de Israel trenita mil hombres de a pie.  Y el arca de Dios fue tomada, y muertos los dos hijos de Elí, Ofni y Finees”  (1 Samuel 4:2-11).

Anteriormente en la historia de Israel, Sansón había perdido el poder dado por Dios, que ni siquiera él consideró al principio:

“Viendo Dalila que él le había descubierto todo su corazón, envió a llamar a los principales de los filisteos, diciendo:  Venid esta vez, porque él me ha descubierto todo su corazón.  Y los principales de los filisteos vinieron a ella, trayendo en su mano el dinero.  Y ella hizo que él se durmiese sobre sus rodillas, y llamó a un hombre, quien le rapó las siete guedejas de su cabeza; y ella comenzó a afligirlo, pues su fuerza se apartó de él.  Y le dijo:  ¡Sansón, los filisteos sobre ti!  Y luego que despertó él de su sueño, se dijo:  Esta vez saldré como las otras y me escaparé.  Pero él no sabía que Jehová ya se había apartado de él.  Mas los filisteos le echaron mano, y le sacaron los ojos, y le llevaron a Gaza; y le ataron con cadenas para que moliese en la cárcel”  (Jueces 16:18-21).

Encontramos lo mismo descrito en el Nuevo Testamento, en donde los hombres tienen una falsa confianza en la presencia de Dios y en Su poder entre ellos, cuando simplemente no es verdadero:

“Porque habrá hombres amadores de sí mismos, avaros, vanagloriosos, soberbios, blasfemos, desobedientes a los padres, ingratos, impíos, sin afecto natural, implacables, calumniadores, intemperantes, crueles, aborrecedores de lo bueno, traidores, impetuosos, infatuados, amadores de los deleites más que de Dios, que tendrán apariencia de piedad, pero negarán la eficacia de ella; a éstos evita”  (1ª Timoteo 3:2-5).

“Escribe al ángel de la iglesia en Sardis:  El que tiene los siete espíritus de Dios, y las siete estrellas, dice esto:  Yo conozco tus obras, que tienes nombre de que vives, y estás muerto.  Sé vigilante, y afirma las otras cosas que están para morir; porque no he hallado tus obras perfectas delante de Dios.  Acuérdate, pues, de lo que has recibido y oído; y guárdalo, y arrepiéntete.  Pues si no velas, vendré sobre ti como ladrón, y no sabrás a qué hora vendré sobre ti”  (Apocalipsis 3:1-3).

“Y escribe al ángel de la iglesia en Laodicea:  He aquí el Amén, el testigo fiel y verdadero, el principio de la creación de Dios, dice esto:  Yo conozco tus obras, que ni eres frío ni caliente.  ¡Ojalá fueses frío o caliente!  Pero por cuanto eres tibio, y no frío ni caliente, te vomitaré de mi boca.  Porque tú dices:  Yo soy rico, y me he enriquecido, y de ninguna cosa tengo necesidad; y no sabes que tú eres un desventurado, miserable, pobre, ciego y desnudo.  Por tanto, yo te aconsejo que de mí compres oro refinado en fuego, para que seas rico, y vestiduras blancas para vestirte, y que no se descubra la vergüenza de tu desnudez; y unge tus ojos con colirio, para que veas.  Yo reprendo y castigo a todos los que amo; sé, pues, celoso, y arrepiéntete”  (Apocalipsis 3:14-19).

Estos son los que creen que la gloria de Dios abandonó la iglesia de nuestro Señor hace ya mucho tiempo en nuestro país y nosotros, al igual que los hombres de la antigüedad, apenas parecen notarlo.  A.W. Tozer es uno de aquellos que observó la declinación del cristianismo americano y que habó de ello:

«El mensaje de este libro no nace de estos tiempos, pero es apropiado para ellos.  Se origina por una condición que ha existido en la Iglesia durante algunos años y se hace cada día peor.  Me refiero a la pérdida del concepto de la majestad de la mente religiosa popular.  La Iglesia ha renunciado el alto concepto que de Dios que alguna vez tuvo, sustituyéndolo por uno tan bajo, tan innoble que no corresponde a hombres que piensan y que adoran.  La iglesia no lo ha hecho en forma deliberada, sino poco a poco y al hacerlo inconscientemente sólo hace que la situación sea aún más trágica.

La baja visión que se tiene de Dios, que se ve en forma casi universal entre los cristianos, es la causa de males más bajos en todas partes entre nosotros.  De este error básico, ha surgido una completa nueva filosofía de la vida cristiana en nuestro pensamiento religioso.

Con la pérdida de nuestro sentido de majestad, ha surgido una pérdida aún más grande del temor religioso y de la conciencia de la divina Presencia.  Hemos perdido nuestro espíritu de adoración y nuestra habilidad de retirarnos internamente para encontrarnos con Dios en silencio de adoración.  El cristianismo moderno simplemente no está produciendo la clase de cristiano que pueden apreciar o experimentar la vida en el Espíritu.  Las palabras “Estad quietos, y sepan que yo soy Dios”, no significan prácticamente nada para la autoconfianza, abundando la adoración en el período medio del siglo veinte.

La pérdida del concepto de la majestad, ha venido justo cuando las fuerzas de religión están haciendo dramáticas ganancias y cuando las iglesias son más poderosas que en cualquier tiempo de los últimos cientos de años.  Pero lo alarmante es que nuestras ganancias son en su mayor parte externas y nuestras pérdidas completamente internas.  Y puesto que es la calidad de nuestra religión la que se ve afectada por las condiciones internas, puede ser que nuestras supuestas ganancias no sean sino pérdidas derramadas en un campo más ancho.

La única forma de recuperar nuestras pérdidas espirituales, es volver a la causa de ellas y hacer las correcciones necesarias que nos garantiza la verdad.  La declinación del conocimiento de lo santo, no ha conducido a nuestros problemas.  El redescubrimiento de la majestad de Dios, deberá recorrer un largo camino.  Es imposible mantener nuestras prácticas morales y nuestras actitudes internas correctas, si nuestra idea de Dios es errónea o inadecuada.  Si pudiéramos traer nuevamente el poder espiritual a nuestras vidas, podríamos empezar a pensar de Dios en una forma más cercana a lo que Él es». [1]

J.I. Packer está de acuerdo con esto, en la introducción que escribe de su libro clásico:  Knowing God (Conociendo a Dios):

«Hace noventa años, C.H. Spurgeon describió la inestabilidad que él vio entonces entre los bautistas sobre las Escrituras, sobre la expiación y sobre el destino de los hombres, como ‘el descenso’; si él pudiera examinar el pensamiento protestante acerca de Dios en estos tiempos, ¡adivino que él hablaría de ‘un picado de nariz’!». [2]

Tozer tiene algunos comentarios muy útiles con relación a lo que podemos hacer para hacer regresar la gloria que se ha apartado.  Escuchémosle:

«¿Qué podemos hacer nosotros, simples cristianos, para traer de regreso la gloria que se ha apartado?  ¿Existe algún secreto que podamos aprender?  ¿Existe alguna fórmula para el reavivamiento personal que podamos aplicar a la situación actual, a nuestra situación propia?  La respuesta a estas preguntas, es :

Aún cuando es posible que la respuesta pueda desilusionar fácilmente a algunas personas, pues no tiene nada de profunda.  No traigo ningún criptograma esotérico, tampoco un código místico a ser penosamente descifrado.  No hago llamado alguno a alguna ley oculta del inconsciente, ni un conocimiento oculto que se supone que sólo algunos puedan comprender.  El secreto es uno abierto que incluso los viajeros pueden leer.  Es simplemente el consejo antiguo y siempre nuevo:  Familiarízate con Dios.  Para recuperar el poder perdido, la iglesia debe ver el cielo abierto y tener una visión transformada de Dios.

Pero el Dios que debemos ver, no es el Dios utilitario que está teniendo tanta popularidad en el día de hoy, cuyo principal clamor hacia el hombre es Su habilidad de llevarles éxito en todo lo que el hombre se propone y que por esta razón está siendo lisonjeando por todos los que desean un favor.  El Dios a quien debemos aprender a conocer es la Majestad en los cielos, Dios el Padre Todopoderoso, Hacedor del cielo y de la tierra, el único Dios sabio y Salvador.  Él es el que está sentado sobre el círculo de la tierra, quien abre los cielos como quien abre una cortina y los esparce como una tienda en la cual morar, quien creó a las estrellas y las llamó a cada una de ellas por su nombre, por medio de la grandeza de Su poder, quien ve las obras del hombre como vanidad, quien no puso confianza alguna en los príncipes y no pide consejos a los reyes». [3]

Al concluir esta serie, intentaré encontrar una etiqueta que sirva como un resumen bíblico de los atributos de Dios. [4]   Entonces, consideraremos la relevancia e importancia de este tema para los hombres y mujeres de hoy.

Resumiendo los Atributos de Dios

Una expresión bíblica que podría abarcar todos los atributos de Dios, se encuentra en la descripción de Moisés con Dios, en Éxodo 33 y 34:

“Y Jehová dijo a Moisés:  También haré esto que has dicho, por cuanto has hallado gracia en mis ojos, y te he conocido por tu nombre.  Él entonces dijo:  Te ruego que me muestres tu gloria.  Y le respondió:  Yo haré pasar todo mi bien delante de tu rostro, y proclamaré el nombre de Jehová delante de ti; y tendré misericordia del que tendré misericordia, y seré clemente para con el que seré clemente”  (Éxodo 33:17-19).

“Y pasando Jehová por delante de él, proclamó:  ¡Jehová!  ¡Jehová!  fuerte, misericordioso y piadoso; tardo para la ira, y grande en misericordia y verdad; que guarda misericordia a millares, que perdona la iniquidad, la rebelión y el pecado, y que de ningún modo tendrá por inocente al malvado; que visita la iniquidad de los padres sobre los hijos y sobre los hijos de los hijos, hasta la tercera y cuarta generación”  (Éxodo 34:6-7).

Moisés le pidió a Dios que le mostrara Su gloria (33:18).  Después de dejar claro que Él no mostraría toda Su gloria a Moisés y que Él era soberano de entregar Su gracia salvadora sobre los hombres, Dios se manifiesta delante de Moisés.  No hay descripción alguna sobre lo que se parecía la visión que tuvo Moisés; sólo encontramos el registro de las palabras de Dios a Moisés, palabras que declararon Sus atributos.  Los atributos de Dios son la manifestación de “la gloria de Dios”.

Un vínculo similar entre los atributos de Dios y la gloria de Dios, encontramos en el primer capítulo de la epístola de Pablo a los Romanos:

“Porque si la ira de Dios se revela desde el cielo contra toda impiedad e injusticia de los hombres que detienen con injusticia la verdad; porque lo que de Dios se conoce les es manifiesto, pues Dios se lo manifestó.  Porque las cosas invisibles de él, su eterno poder y deidad, se hacen claramente visibles desde la creación del mundo, siendo entendidas por medio de las cosas hechas, de modo que no tienen excusa.  Pues habiendo conocido a Dios, no le glorificaron como a Dios, ni le dieron gracias, sino que se envanecieron en sus razonamientos, y su necio corazón fue entenebrecido.  Profesando ser sabios, se hicieron necios, y cambiaron la gloria del Dios incorruptible en semejanza de imagen de hombre corruptible, de aves, de cuadrúpedos y de reptiles”  (Romanos 1:18-23).

Dios se reveló a Sí mismo en la naturaleza.  En la naturaleza los atributos invisibles de Dios, se despliegan (específicamente, el poder eterno de Dios y Su naturaleza divina, versículo 20).  Los hombres cambiaron “la gloria incorruptible de Dios” por la imagen corruptible de los hombres y de otras criaturas de la tierra (versículo 23).  Los atributos de Dios son la gloria de Dios y por lo tanto, los hombres se ven obligados a glorificar a Dios como respuesta a la revelación de tales atributos. [5]   Los hombres pecadores no glorifican a Dios y en consecuencia, prueban con esto ser pecadores culpables, que están correctamente bajo la condenación divina.  Deseo enfatizar que los atributos de Dios y la gloria de Dios están muy asociados, tanto que podemos decir la gloria de Dios es la suma total de lo es Dios y de quién es Dios está definido por Sus atributos.

La Relevancia de la Gloria de Dios (Atributos) para los Hombres

Incluso en los círculos cristianos, el estudio de los atributos de Dios es visto como aquello que hacen los teólogos hacen con más o menos relevancia a la gente común en su vida diaria.  ¡Qué error!  Nada es más relevante para los cristianos que la gloria de Dios.  Primero consideraremos la gloria de Dios en el Señor Jesucristo.  Después, veremos la gloria de Dios y los no creyentes.  Finalmente, veremos la gloria de Dios y los cristianos.

La Gloria de Dios en Jesucristo

La gloria de Dos debía aparecer en la persona de nuestro Señor Jesucristo.  El profeta Isaías previó esto y habló de ello:

“Pero a pesar de que había hecho tantas señales delante de ellos, no creían en él; para que se cumpliese la palabra del profeta Isaías, que dijo:  Señor, ¿quién ha creído a nuestro anuncio?  ¿Y a quién se ha revelado el brazo del Señor?  Por esto no podían creer, porque también dijo Isaías:  Cegó los ojos de ellos, y endureció su CORAZÓN; para que no vean con los ojos, y entiendan con el corazón, y se conviertan, y yo los sane.  Isaías dijo esto cuando vio su gloria, y habló acerca de él”  (Juan 12:37-41). [6]

Al nacimiento de nuestro Señor Jesús, encontramos referencias a la gloria de Dios:

“¡Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz, buena voluntad para con los hombres!”  (Lucas 2:14).

“Luz para revelación a los gentiles, y gloria de tu pueblo Israel”  (Lucas 2:32).

Tanto Juan como el autor de Hebreos, enfatizan que Jesús es la manifestación de la gloria de Dios:

“Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros (y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre), lleno de gracia y de verdad”  (Juan 1:14).

“…el cual, siendo el resplandor de su gloria, y la imagen misma de su sustancia, y quien sustenta todas las cosas con la palabra de su poder, habiendo efectuado la purificación de nuestros pecados por medio de sí mismo, se sentó a la diestra de la Majestad en las alturas”  (Hebreos 1:3).

Cuando Jesús hizo Su primera señal convirtiendo el agua en vino, Juan vio esto como una manifestación de la gloria de Dios en nuestro Señor Jesucristo:

“Este principio de señales hizo Jesús en Caná de Galilea, y manifestó su gloria; y sus discípulos creyeron en él”  (Juan 2:11).

¿Por qué debemos sorprendernos al saber que la tentación de nuestro Señor involucró el ofrecimiento de Satanás de una ‘gloria’ inferior?

“Otra vez le llevó el diablo a un monte muy alto, y le mostró todos los reinos del mundo y la gloria de ellos, y le dijo:  Todo esto te daré, si postrado me adorares”  (Mateo 4:8-9).

Los discípulos tenían una percepción distorsionada de la gloria de Dios y deseaban ser parte de ella (ver Marcos 10:37).  Sólo más tarde comprendieron la gloria de Dios y también el hecho que debemos sufrir con Él para entrar en Su gloria.

Hubo algunos eventos en la vida de Cristo que dan los hombres un atisbo de la gloria completa de Dios.  El primero sucedió delante de una multitud:

“Ahora está turbada mi alma; ¿y qué diré?  ¿Padre, sálvame de esta hora?  Mas para esto he llegado a esta hora.  Padre, glorifica tu nombre.  Entonces vino una voz del cielo:  Lo he glorificado, y lo glorificaré otra vez.  Y la multitud que estaba allí, y había oído la voz, decía que había sido un trueno.  Otros decían:  Un ángel le ha hablado”  (Juan 12:27-29).

El otro incidente fue la transfiguración de nuestro Señor, con sólo Pedro, Santiago y Juan como testigos:

“Y entre tanto que oraba, la apariencia de su rostro se hizo otra, y su vestido blanco  y resplandeciente.  Y he aquí dos varones que hablaban con él, los cuales eran Moisés y Elías; quienes aparecieron rodeados de gloria, y hablaban de su partida, que iba a Jesús a cumplir en Jerusalén.  Y pedro y los que estaban con él estaban rendidos de sueño; mas permaneciendo despiertos, vieron la gloria de Jesús, y a los dos varones que estaban con él”  (Lucas 9:29-32).

En Su oración como sumo sacerdote, registrada en Juan 17, en la que Jesús ora al padre para que lo glorifique (17:5), indica que Él le ha dado a Sus seguidores la gloria que el Padre le dio a Él (versículo 22) y pide que ellos puedan estar con Él para que puedan ver Su gloria (versículo 24).  Cuando Jesús resucitó de los muertos, fue por (no para) la gloria de Dios:

“Porque somos sepultados juntamente con él para muerte por el bautismo, a fin de que como Cristo resucitó de los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en vida nueva”  (Romanos 6:4).

Su regreso a la tierra, para derrotar a Sus enemigos y establecer Su reino, será en gloria (ver Mateo 16:27; 24:30; 25:31).

La Gloria de Dios y los Incrédulos

Los problemas de los incrédulos es el pecado y sus consecuencias.  La gloria de Dios es el estándar mediante el cual se define el pecado y debido a que todos los hombres caen de la gloria de Dios, ellos también están bajo la sentencia de la condenación:

“…por cuanto todos pecaron y están destituidos de la gloria de Dios”  (Romanos 3:23).

“Porque la paga del pecado es muerte, mas la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro”  (Romanos 6:23).

Aún cuando la creación revela la gloria de Dios (Salmo 19:1-6; Romanos 1:19-20), los incrédulos rechazan este conocimiento, eligiendo en su lugar cambiar la gloria de Dios por la gloria falsa de cosas creadas, incluyendo el hombre mismo (Romanos 1:21-23).  Como resultado, el hombre se pone bajo la condenación divina [7] y llegan a glorificarse en cosas que en verdad son una vergüenza para el hombre (Romanos 1:24-27; Filipenses 3:19).

Para ser salvos, los hombres deben reconocer su pecado, la justicia de Jesucristo y la sentencia a muerte que les espera (ver Juan 16:8-12).  Deben confiar en Jesucristo como la provisión de Dios para los pecadores.  Él, el Hijo de Dios sin pecado en el lugar que le corresponde al pecador, llevando sobre Sí el castigo por nuestros pecados.  Su justicia está disponible para todos aquellos que creen en Él para salvación (Juan 1:12; 3:16, 36; Romanos 3:21-26; 10:9-11).  Pero Satanás ha cegado los corazones y las mentes de los incrédulos, de manera que no ven la gloria de Dios en Cristo a través del evangelio (2ª Corintios 4:4).  En el análisis final, sólo el Espíritu de Dios puede abrir los ojos de los ciegos para que vean la luz del evangelio glorioso y lleguen a la fe (ver Lucas 4:18-29; Juan 6:65; 8:43-47; Hechos 26:18; 2ª Corintios 4:6; Efesios 1:18).

En los días de la Gran Tribulación, los hombres experimentarán la ira de Dios y se les dará otra oportunidad para darle la gloria a Dios y así evitar el juicio; pero la rechazarán (Apocalipsis 14:6-7; 16:9).  Al final, todos los hombres reconocerán que Jesús es el Señor, para la gloria de Dios (Filipenses 2:1); pero no como creyentes adoradores.  Al final, pasarán la eternidad separados de la gloria de Dios (2ª Tesalonicenses 1:9).

La Gloria de Dios y el Cristiano

La iglesia juega un rol vital en darle la gloria a Dios:

“…a él sea gloria en la iglesia en Cristo Jesús por todas las edades, por los siglos de los siglos.  Amén”  (Efesios 3:21).

“Maridos, amad a vuestras mujeres, así como Cristo amó a la iglesia, y se entregó a sí mismo por ella, para santificarla, habiéndola purificado en el lavamiento del agua por la palabra, a fin de presentársela a sí mismo, una iglesia gloriosa, que no tuviese mancha ni arruga ni cosa semejante, sino que fuese santa y sin mancha”  (Efesios 5:25-27).

Cuando se propuso la salvación de los incrédulos, lo hizo para Su propia gloria:

“¿Y qué, si Dios, queriendo mostrar su ira y hacer notorio su poder, soportó con mucha paciencia los vasos de ira preparados para destrucción, y para hacer notorias las riquezas de su gloria, las mostró para con los vasos de misericordia que él preparó de antemano para gloria, a los cuales también ha llamado, esto es, a nosotros, no sólo de los judíos, sino también de los gentiles?”  (Romanos 9:22-24).

“Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos bendijo con toda bendición espiritual en los lugares celestiales en Cristo, según nos escogió en él antes de la fundación del mundo, para que fuésemos santos y sin mancha delante de él, en amor habiéndonos predestinado para ser adoptados hijos suyos por medio de Jesucristo, según el puro afecto de su voluntad, para alabanza de la gloria de su gracia, con la cual nos hizo aceptos en el Amado…”  (Efesios 1:3-5).

“Pero el Dios de la paciencia y de la consolación os dé entre vosotros un mismo sentir según Cristo Jesús, para que unánimes, a una voz, glorifiquéis al Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo.  Por tanto, recibíos los unos a los otros, como también Cristo nos recibió, para gloria de Dios.  Pues os digo, que Cristo Jesús vino a ser siervo de la circuncisión para mostrar la verdad de Dios, para confirmar las promesas hechas a los padres”  (Romanos 15:5-8).

Los cristianos comprenden que su privilegio y llamado es darle la gloria a Dios.  El hombre no es el centro del universo espiritual y Dios no es nuestro siervo, a nuestra entera disposición  para hacernos sentir bien y alejarnos del dolor.  Dios es el centro del universo y Él hace que todas las cosas marchen para nuestro bien y para Su gloria  (Romanos 8:28).  ‘Todas las cosas’, incluye la persecución, los sufrimientos y las dificultades. [8]   El cristiano ve que Dios provoca que de nuestro sufrimiento y desafíos, surjan cosas buenas:

“Bienaventurados los que padecen persecución por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos.   Bienaventurados sois cuando por mi causa os vituperen y os persigan, y digan toda clase de mal contra vosotros, mintiendo.  Gozaos y alegraos, porque vuestro galardón es grande en los cielos; porque así persiguieron a los profetas que fueron antes de vosotros”  (Mateo 5:10-12).

“Si el mundo os aborrece, sabed que a mí me ha aborrecido antes que a vosotros.  Si fuerais del mundo, el mundo amaría lo suyo; pero porque no sois del mundo, antes yo os elegí del mundo, por eso el mundo os aborrece.  Acordaos de la palabra que yo os he dicho:  El siervo no es mayor que su señor.  Si a mí me han perseguido, también a vosotros os perseguirán; si han guardado mi palabra, también guardarán la vuestra.  Mas todo esto os harán por causa de mi nombre, porque no conocen al que me ha enviado”  (Juan 15:18-21).

“Y no sólo esto, sino que también nos gloriamos en las tribulaciones, sabiendo que la tribulación produce paciencia; y la paciencia, prueba; y la prueba, esperanza; y la esperanza no avergüenza; porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos fue dado”  (Romanos 5:3-5).

“Pues tengo por cierto que las aflicciones del tiempo presente no son comparables con la gloria venidera que en nosotros ha de manifestarse.  Porque el anhelo ardiente de la creación es el aguardar la manifestación de los hijos de Dios.  Porque la creación fue sujetada a vanidad, no por su propia voluntad, sin por causa del que la sujetó en esperanza; porque también la creación misma será libertada de la esclavitud de corrupción, a la libertad gloriosa de los hijos de Dios.  Porque sabemos que toda la creación gime a una, y a una está con dolores de parto hasta ahora; y no sólo ella, sino que también nosotros mismos, que tenemos las primicias del Espíritu, nosotros también gemimos dentro de nosotros mismos, esperando la adopción, la redención de nuestro cuerpo”  (Romanos 8:18-23).

“…tened por sumo gozo cuando os halléis en diversas pruebas, sabiendo que la prueba de vuestra fe produce paciencia”  (Santiago 1:2-3).

“Amados, no os sorprendáis del fuego de prueba que os ha sobrevenido, como si alguna cosa extraña os aconteciese, sino gozaos por cuanto sois participantes de los padecimientos de Cristo, para que también en la revelación de su gloria os gocéis con gran alegría.  Si sois vituperados por el nombre de Cristo, sois bienaventurados, porque el glorioso [9] Espíritu de Dios reposa sobre vosotros.  Ciertamente, de parte de ellos, él es blasfemado, pero por vosotros es glorificado”  (1ª Pedro 4:12-14).

Cualquiera sea el sufrimiento y la aflicción que experimentemos en esta vida, serán nada comparados con la gloria que nos espera:

“Por tanto, no desmayamos; antes aunque este nuestro hombre exterior se va desgastando, el interior no obstante se renueva de día en día.  Porque esta leve tribulación momentánea produce en nosotros un cada vez más excelente y eterno peso de gloria; no mirando nosotros las cosas que se ven, sino las que no se ven; pues las cosas que se ven son temporales, pero las que no se ven son eternas”  (2ª Corintios 4:16-18).

La gloria de Dios debería ser la meta para todo lo que hacemos y el estándar mediante la cual determinemos lo que debemos hacer y lo que no:

“Si, pues, coméis o bebéis, o hacéis otra cosa, hacedlo todo para la gloria de Dios”  (1ª Corintios 10:31).

En este pasaje, Pablo está escribiendo con respecto al ejercicio de nuestras convicciones individuales, personales como cristianos.  No está hablando sobre cosas que están claramente ordenadas, sino de aquellas cosas que son permisibles.  El estándar mediante el cual determinamos si adoptamos una libertad en particular, no es si podemos adoptarla, incluso si la deseamos, sino si ésta glorifica a Dios.  Es así, que aún cuando Pablo tiene el derecho de ser apoyado financieramente como apóstol, él eligió que no sería así en numerosas ocasiones para la promoción del evangelio y por lo tanto, de la gloria de Dios (ver 1ª Corintios 9:1-23).

Mucha gente agoniza para ‘conocer la voluntad de Dios’ y se han escrito muchos libros sobre el tema.  Pero la respuesta es muy simple.  Dios, ¿ordena o prohibe algunas cosas?  Entonces, conocemos la voluntad de Dios.  Es imperativo que leamos nuestras Biblias, que oremos, que testifiquemos y que nos reunamos con otros creyentes para adorar a Dios.  La voluntad de Dios es la que nos mantiene alejados de la inmoralidad y que no mintamos.  Pero en aquellas áreas supuestamente grises, aquellas áreas en las que Dios no ha dado una orden o una prohibición, sólo debemos formularnos una pregunta:  Esta acción, ¿glorifica a Dios?.

Cuando oramos, el objetivo de nuestras peticiones debería ser la gloria de Dios.  No debiéramos enfocarnos en que Dios ‘satisfaga nuestras necesidades’, sino en que Dios reciba la gloria.  Podemos estar seguros que las oraciones que tengan por objeto glorificar a Dios, son escuchadas con mucha más antelación que aquellas en que se le pide a Dios que satisfaga nuestros deseos egoístas (ver Santiago 4:3).

Finalmente, la gloria de Dios es la clave para comprender el orden que Dios ha establecido para la iglesia.  Deberíamos reconocer que la iglesia es fundamental para los propósitos de Dios en esta época, como lo fue Israel en la época del Antiguo Testamento y que lo será nuevamente (ver Romanos 11).  La iglesia es el cuerpo de Cristo.  A través de Su Espíritu, Cristo mora en Su iglesia y, a través de Su ‘cuerpo’, Cristo continúa obrando en el mundo.  Una de las áreas es el ministerio y conducta de las mujeres en la iglesia.  Esta sumisión está relacionada con la vestimenta de las mujeres (1ª Timoteo 2:11-15) y el requerimiento de que ellas ‘permanezcan en silencio’, lo que incluye incluso la formulación de preguntas en las reuniones de la iglesia (1ª Corintios 14:34-36).

No es mi intención convencerles de que estas instrucciones son igualmente aplicables en el día de hoy como lo eran en el primer siglo, aún cuando este es el simple hecho del asunto.  El principio de las objeciones a las instrucciones dadas a las mujeres por Pedro y Pablo, vienen de nuestra propia naturaleza pecadora y de la cultura en la que vivimos.  Los argumentos en contra de esta enseñanza simple y recta del Nuevo Testamento sobre el ministerio y conducta de la mujer en la iglesia, están basados en un manejo del Nuevo Testamento, que está lejos de ser obligatorio. [10]

Sea como fuere, es mi deseo señalar en el contexto de este pasaje que la gloria de Dios es una de las claves para comprender por qué se han dado estas instrucciones del Nuevo Testamento para las mujeres. [11]   Es interesante el problema del pasaje de 1ª Corintios 11 que trata con el aspecto de la gloria de Dios:

“Os alabo, hermanos, porque en todo os acordáis de mí, y retenéis las instrucciones tal como os las entregué.  Pero quiero que sepáis que Cristo es la cabeza de todo varón, y el varón es la cabeza de la mujer,  y Dios la cabeza de Cristo.  Todo varón que ora o profetiza con la cabeza cubierta, afrenta su cabeza.  Pero toda mujer que ora o profetiza con la cabeza descubierta, afrenta su cabeza; porque lo mismo es que si se hubiese rapado.  Porque si la mujer no se cubre, que se corte también el cabello; y si le es vergonzoso a la mujer cortarse el cabello o raparse, que se cubra.  Porque el varón no debe cubrirse la cabeza, pues él es imagen y gloria de Dios; pero la mujer es gloria del varón.  Porque el varón no procede de la mujer, sino la mujer del varón, y tampoco el varón fue creado por causa de la mujer, sino la mujer por causa del varón.  Por lo cual la mujer debe tener señal de autoridad sobre su cabeza, por causa de los ángeles.  Pero en el Señor, ni el varón es sin la mujer, ni la mujer sin el varón; porque así como la mujer procede del varón, también el varón nace de la mujer; pero todo procede de Dios.  Juzgad vosotros mismos:  ¿Es propio que la mujer ore a Dios sin cubrirse la cabeza?  La naturaleza misma ¿no os enseña que al varón le es deshonroso dejarse crecer el cabello?  Por el contrario, a la mujer dejarse crecer el cabello le es honroso; porque en lugar de velo le es dado el cabello.  Con todo eso, si alguno quiere ser contencioso, nosotros no tenemos tal costumbre, ni las iglesias de Dios”  (1ª Corintios 11:2-16).

Aún cuando la exposición de este texto no es mi objetivo, está claro que si bien podemos argumentar sobre algunos detalles de este texto, lo más amplio debe ser aclarado.  El principio que rige este pasaje es ‘quién es la cabeza’.  La palabra cabeza difícilmente podría ser más enfática que en estos versículos.  Lo que una mujer hace con relación a su cabeza está directamente relacionada al hecho que  la Cristo es la cabeza de Su iglesia, lo que involucra autoridad; pero involucra mucho más que sólo autoridad.   Ser la cabeza de alguien también involucra gloria.  De esto tratan las instrucciones del Nuevo Testamento dadas a las mujeres.  Para una esposa vestirse de un modo tal de atraer sobre ella toda la atención, es igual a darse la gloria a ella misma.   Que una mujer tuviera su cabeza descubierta significaba que abiertamente desplegaba su gloria (su cabello es su gloria), en lugar de dar la gloria a su esposo.  Que una esposa enseñara o ejercitara autoridad, es tomar el lugar que usurpa la gloria que ella debe otorgar a su esposo.  Cuando todo se ha dicho y hecho, los principios que subrayan el ministerio y la conducta de las mujeres en la iglesia, son los de dejar establecido quién es la cabeza y a quién se le debe dar la gloria.  Si una mujer desea glorificar a Dios por medio de su conducta, deberá buscar la forma de darle la gloria a su marido más que buscar la gloria para sí misma.

¿Palabras duras?  Tal vez; pero estoy convencido que son bíblicas y verdaderas.  Pero no piensen que este asunto de la gloria de Dios sólo se aplica a las mujeres.  Tampoco el hecho que Cristo sea la cabeza y tampoco Su gloria, son excusa para que los hombres pretendan tener un lugar prominente en la iglesia, pues la preeminencia es completamente referida a la gloria y ésta debe ser de nuestro Señor.  Esta es también la razón de por qué encontramos la enseñanza de la pluralidad en las Escrituras.  Existe sólo una ‘Cabeza’de la iglesia, y esa ‘Cabeza’es de nuestro Señor Jesucristo  (1ª Corintios 11:3; Efesios 1:22-23; Colosenses 1:18).  Y debido a esto, ningún hombre debe buscar preeminencia, pues la gloria es de nuestro Señor:

“Entonces habló Jesús a la gente y a sus discípulos, diciendo:  En la cátedra de Moisés se sientan los escribas y fariseos.  Así que, todo lo que os digan que guardéis, guardadlo y hacedlo; mas no hagáis conforme a sus obras, porque dicen, y no hacen.  Porque atan cargas pesadas y difíciles de llevar, y las ponen sobre los hombros de los hombres; pero ellos ni con un dedo quieren moverlas.  Antes, hacen todas sus obras para ser vistos por los hombres.  Pues ensanchan sus filacterias, y extienden los flecos de sus mantos; y aman los primeros asientos en las cenas, y las primeras sillas en las sinagogas, y las salutaciones en las plazas, y que los hombres los llamen:  Rabí, Rabí.  Pero vosotros no queráis que os llamen Rabí; porque uno es vuestro Maestro, el Cristo, y todos vosotros sois hermanos.  Y no llaméis padre vuestro a nadie en la tierra; porque uno es vuestro Padre, el que está en los cielos.  Ni seáis llamados maestros; porque uno es vuestro Maestro, el Cristo.  El que es el mayor de vosotros, sea vuestro siervo.  Porque el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido”  (Mateo 23:1-12).

“Ruego a los ancianos que están entre vosotros, yo anciano también con ellos, y testigo de los padecimientos de Cristo, que soy también participante dela gloria que será revelada:  Apacentad la grey de Dios que está entre vosotros, cuidando de ella, no por fuerza, sino voluntariamente; no por ganancias deshonestas, sino con ánimo pronto; no como teniendo señorío sobre los que están a vuestro cuidado, sino siendo ejemplos de la grey.  Y cuando aparezca el Príncipe de los pastores, vosotros recibiréis la corona incorruptible de gloria”  (1ª Pedro 5:1-4).

Qué maravillosa realidad es la gloria de Dios.  La gloria de Dios es nuestra esperanza.  La gloria de Dios es nuestra ambición, nuestra motivación, nuestra meta.  La gloria de Dios debería gobernar nuestras acciones, nuestras oraciones, nuestras motivaciones, nuestro ministerio.  Y, al igual que Moisés, siempre deberíamos buscar ver más de Su gloria a medida que estudiamos Su palabra y desear observar la gloria de Su naturaleza y de Sus atributos.  Que este estudio sea sólo el comienzo de una vida en búsqueda de conocer a Dios, de ver y buscar Su gloria.  Su gloria es nuestra meta más alta y nuestro mayor bien.  ¡A Dios sea la gloria!

“Así dijo Jehová:  No se alabe el sabio en su sabiduría, ni en su valentía se alabe el valiente, ni el rico se alabe en sus riquezas.  Mas alábese en esto el que se hubiere de alabar:  en entenderme y conocerme, que yo soy Jehová, que hago misericordia, juicio y justicia en la tierra; porque estas cosas quiero, dice Jehová”  (Jeremías 9:23-24).


[1]   A.W. Tozer, The Knowledge of the Holy (San Francisco:  Harper and Row Publishers, 1961; pp. 6-7.

[2]   J.I. Packer, Knowing God (Downers Grove:  InterVarsity Press1973), p. 7.

[3]   A.W. Tozer, The Knowledge of the Holy, pp. 121-122.

[4]   El lector debe observar que la expresión «Los Atributos de Dios», es una etiqueta teológica y no una expresión bíblica.  Por lo tanto, debemos tratar de encontrar un término bíblico o una expresión que se refiera a los atributos de Dios.

[5]   Ver también Juan 1:14, donde la gloria de Dios es explicada con más detalle en términos de dos atributos:  la gracia y la verdad.

[6]   El significado de esta declaración de Juan, es que la ceguera de los judíos se explica por la referencia de Isaías 6:9-10.  Juan sigue informándonos que la visión que Isaías tenía de Dios, descrita en Isaías 6:1-5, no era sólo una visión de la gloria de Dios el Padre, sino una visión de la gloria de Dios el Hijo.  Tal como Jesús le dijo a Sus discípulos:  “El que me ha visto a mí, ha visto al Padre”  (Juan 14:9).

[7]   Herodes es una de las ilustraciones más dramáticas del juicio que cae sobre quienes no le dan la gloria a Dios, sino que buscan glorificarse a sí mismos.

[8]   Por ejemplo, sólo consideremos la vida del apóstol Pablo para ver que la gente espiritual enfrenta la adversidad y el sufrimiento (2ª Corintios 4:7-12; 6:4-10; 11:22-29).

[9]   ¿No es notable que el Espíritu Santo, el Espíritu de Dios, sea llamado aquí por Pedro, el Espíritu de gloria?

[10]   Quienes intentan rechazar la enseñanza del Nuevo Testamento relacionada con las mujeres, invariablemente se apoyan en 1ª Corintios 11 y allí hacen algunas cosas extrañas.  Más que basar sus conclusiones en los textos claros de las Escrituras, lo hacen en el texto más asombroso.  Me gusta lo que B.B. Warfield dijo sobre esto algunos años atrás.  Permítanme citarlo:  «Frente a estos dos pasajes absolutamente sencillos y enfáticos (1ª Corintios 14:33ss. y 1ª Timoteo 2:11ss.), lo que se dice en 1ª Corintios 11:5 no puede pretender modificarlo o mitigarlo.  Lo que realmente se señala en 1ª Corintios 11:5, nadie lo sabe en realidad.  Lo que aquí se dice es que toda mujer que esté orando o profetizando sin tener su rostro cubierto, deshonra su cabeza.  Pareciera ser justo inferir que si ella ora o profetiza con un velo sobre su cabeza, no deshonraría su cabeza.  Y pareciera mucho más aún inferir que ella pueda orar o profetizar apropiadamente, si sólo está con un velo.  Estamos recopilando una serie de inferencias.  Y no nos han llevado muy lejos.  No podemos inferir que será apropiado para ella orar o profetizar en la iglesia si sólo está con su cabeza cubierta.  Nada se dice sobre la iglesia en este pasaje o en su contexto.  La palabra ‘iglesia’ no se observa sino hasta el versículo 16 y no como una referencia reglamentaria del pasaje, sino sólo como un apoyo para el mandato del pasaje.  No existe razón alguna para creer que esa forma de ‘orar o de profetizar’ en la iglesia, es la que se espera.  Tampoco existe un ejercicio especial confinada a la iglesia.»

[11]   B.B. Warfield, “Women Speaking in The Church”, pp. 3-4.  [Reimpreso por Calvary Press, tomado de The Savoir of the World].